Reflexiones sobre las envolturas psíquicas, el ser sin auxilio y el Nebenmensch en la experiencia traumática del encierro

L'expérience traumatique de l'enfermement

Reflexiones sobre las envolturas psíquicas, el ser sin auxilio y el Nebenmensch en la experiencia traumática del encierro 1

René Kaës

1 Cotraducción realizada por María Escalante Real e Inés Loustalet. Revisión y supervisión de Graciela Bar.

 

Palabras clave: Trauma - Migración - Confinamiento - Pandemia.

Dentro del gran caos creado por la pandemia del Covid en sus comienzos, hice varias observaciones acerca del confinamiento y de los efectos traumáticos del encierro, en particular a lo que concierne a las envolturas psíquicas y a las envolturas sociales (2) . Estuve particularmente atento a la experiencia de estar sin auxilio ni recursos, lo que Freud llama Hilflosigkeit, ese estado generador de angustia-desamparo que apela a la presencia de un Nebenmensch, la persona cercana que brinda asistencia.

El primer confinamiento (3) nos encerró en una envoltura impermeable concebido como protectora contra el virus. Esta envoltura tenía dos membranas, ambas impermeables, una membrana interna protectora que no debíamos traspasar, y una membrana externa que bloqueaba toda entrada invasora del virus desde el exterior, de donde vendría el mal. Esta observación me condujo a retomar una reflexión sobre la experiencia de «estar sin recursos y sin auxilio» en algunas situaciones de encierro que conllevan una dimensión traumática. Esta dimensión está presente en las instituciones asistenciales que encierran en el mismo espacio y en una experiencia común y compartida a enfermos y cuidadores, como los servicios hospitalarios o como los EHPAD(4).

(2) R. Kaës (2020), « Notas sobre los espacios de la realidad psíquica y el malestar en tiempos de pandemia», Revue belge de psychanalyse, 77, p. 187-218.

(3)  En Francia el primer confinamiento abarcó el período del 17 de marzo al 11 de mayo de 2020, el segundo del 29 octubre al 15 de diciembre de 2021.

(4) EHPAD : Establecimiento para Albergar Personas de Edad Dependientes.

 

Extendí mi reflexión a la experiencia traumática de la migración. Estas dos situaciones son evidentemente diferentes en su causa y en sus efectos, pero también tienen algunos puntos en común: el encierro, la experiencia de estar sin auxilio y sin recursos, la dificultad para encontrar la presencia cercana y que brinda asistencia de un Nebenmensch. Estos rasgos comunes conllevan diferencias y matices: el encierro no parte de las mismas bases en el recorrido traumático de la migración y en ese momento en que se revela en la pandemia, y sería también diferente si lo consideráramos del punto de vista de los campos de concentración, de la prisión de la psiquiatría pesada, de la secta o del enclaustramiento voluntario en un convento o en un monasterio. En todas estas situaciones de encierro, la experiencia de estar sin auxilio es diferente. Son también diferentes los efectos de la presencia o la ausencia del Nebenmensch según se trate del encierro de los que retuve dos configuraciones, la de la pandemia y la de la migración, volveré sobre esta cuestión un poco más adelante.


Antes de desarrollar mi intervención, quisiera detenerme brevemente en esta cuestión: ¿de qué representaciones, emociones e intenciones están cargadas las palabras encerrar y encierro? ¿Qué nos enseñan su etimología y su utilización? El verbo encerrar deriva del latín firmare: afirmar, solidificar y en consecuencia, fortificar: se habla en este sentido de un lugar fuerte, de una casa fuerte, resistentes a todo ataque, y a toda intrusión exterior en el espacio interior así protegido. Importa sin embargo dejar un pasaje entre el adentro y el afuera, pero una vez cerrado el espacio interior se vuelve entonces inaccesible, tanto como el espacio exterior. El deslizamiento del sentido de la palabra cerrar hacia el de encerrar viene desde el latín vulgar. Su derivado, confirmare, indica que el encierro se efectúa con barrotes, cerraduras y puertas. Encerrar, es poner algo en un lugar cerrado, por ejemplo, en un cofre (encofrar, encarcelar) o a alguien en una casa de alienados. Encerrar es también estar totalmente rodeado, o contenido en el sentido de contención, así como el aislamiento forzado, la camisa de fuerza o sus equivalentes químicos que contienen por la fuerza al cuerpo, al espíritu y al alma del loco; esta forma de utilización aparece en la época clásica (cf. M. Foucault), ya desde mediados del siglo 17 (5).

 

(5) La palabra ferme(en esp. Cercha/cimbra) subsiste actualmente en carpintería para designar un aparato de piezas de madera que garantice la solididez de un techo. Existe también para designar el hecho de dar un bien (por ejemplo una explotación agrícola) para explotarla según un convenio solidamente establecido.

 

1. Las envolturas psíquicas en el primer confinamiento

La experiencia del encierro se vivió de diversas maneras: para algunos funcionó como una protección, una barrera de seguridad contra la invasión; para otros permitió una experiencia de recentrarse sobre sí y sobre los vínculos familiares y el círculo de amigos, por teléfono o mail y redes sociales. La investidura en los intercambios se centró, en su mayor parte, en el tiempo presente: sin embargo, un pensamiento difuso se constituía sobre el tiempo de antes y sobre «el tiempo de después», sobre el que se proyectaban fragmentos de utopías soñadoras.

 

Para otra parte de la población, sin duda la más numerosa, el confinamiento, al contrario, fue un encierro por obligación, en un espacio de confinamiento, generador de violencia (familiar, conyugal, hacia los niños) y de angustia-desamparo. Esas diversas maneras de vivir esta experiencia estuvieron bajo el efecto de variables psíquicas, sociales, económicas y culturales. Sin embargo, en el primer confinamiento, sobre todo en las ciudades, se tejió una envoltura de calidez, de reconocimiento y de gratitud hacia los cuidadores de «primera línea», hacia los trabajadores que cumplen las tareas de base para garantizar la vida cotidiana, la seguridad, el funcionamiento del comercio y la higiene de las calles. Los que hasta entonces habían sido invisibles, en el exterior, recibían ayuda y presencia cálida de una suerte de Nebenmensch colectivo. Eran también nuestra protección contra el virus. Los celebramos como heroicos combatientes de primera línea. Eran portadores de nuestros ideales y de nuestra salvación allí donde las envolturas institucionales, políticas, eran falibles y arruinaban la confianza de la que eran depositarias.


Esta envoltura social narcisista sostuvo y restauró la de los cuidadores, las de la institución hospitalaria sobrecargada y desamparada, y también la nuestra, agujereada por el ataque del virus y por la incertidumbre de que fuera posible encontrar ante las autoridades políticas y médicas una seguridad y un auxilio.


En Francia otra experiencia caracterizó el segundo confinamiento: nos confrontó al sentimiento de impotencia a la medida de nuestra desilusión en cuanto a los cambios deseados y proyectados en un post-Covid cuyo horizonte retrocedía con la sucesión de las olas de la pandemia. Los «combatientes de primera línea», agotados por su carga de trabajo, golpeados por las promesas no cumplidas, los disensos entre los peritos médicos y las decisiones políticas, el aislamiento de los jóvenes, especialmente de los estudiantes, todos esos elementos hicieron que rompiera sobre la población una ola de malestares, de enfermedades y de sufrimientos inducidos por el desarrollo imprevisible de la pandemia y la acumulación de la desconfianza y la incertidumbre.


Esta experiencia fue para mí, como para muy numerosos observadores y actores de esta situación compleja e inédita, la ocasión de numerosos cuestionamientos y algunas reflexiones. Los expuse en el artículo precitado y en un corto resumen de éste (6). Quisiera agregar algunas otras. Algunas confirman lo que había notado a propósito de otras situaciones de traumas colectivos con las que me encontré a lo largo de mi vida profesional, después de una dictadura y la desaparición de civiles encerrados para siempre en una irrepresentable memoria, después de una guerra civil y la destrucción de los espacios de vida, y en todos los casos con los desgarramientos de las envolturas psíquicas y sociales.


Estas experiencias caotizantes llevan la inscripción de la marca de traumas anteriores que nunca habían cicatrizado realmente. La de los campos de exterminio durante la segunda guerra mundial, actualmente la de los campos de refugiados y de migrantes, la de los enfermos encerrados entre los muros del asilo durante los últimos siglos. Estos traumas y las cicatrices frágiles que han dejado en los diversos espacios de la realidad psíquica son las matrices de la historia de los individuos, de las familias, de los grupos, de las instituciones y de las sociedades. Cuando se abren (7), debemos no sólo hacer el relato, sino varios relatos: es la función de la palabra y del arte en el trabajo de cultura. Es también la función de acompañamiento por parte de otro (o por un conjunto de otros) cercano y que brinda asistencia, al lado del sujeto que sufre. Es la función de Nebenmensch.


Esta función cubre toda la vida humana, desde el nacimiento hasta el final de la vida, en todas las situaciones de angustia- desamparo – que deja impotente para resolverlas sólo, por sus propios medios.

 

(6) R. Kaës, (2021), « La pandémie et l’amplification des dimensions du malêtre », Connexions, 115, p. 11-14.

(7) ris, Plon (1981), Colección Tierra humana.

2. La función del Nebenmensch

La presencia de un Otro es indispensable para garantizar los cuidados básicos del recién nacido inmaduro e impotente, pero no sería suficiente: una respuesta a las necesidades de la psiquis del infans al comienzo de la vida, así como al final de la misma, un acompañamiento de una persona cercana y que brinda asistencia es necesario. Es la función del Nebenmensch descripta por S. Freud en Proyecto de una psicología para neurólogos (1895) en el párrafo 11 titulado «La vivencia de satisfacción». En este texto dirigido a su amigo W. Fliess, desarrolla la propuesta de que « […] la estimulación sólo puede ser abolida por medio de una intervención que suspenda transitoriamente el desprendimiento de cantidad (Qh) en el interior del cuerpo, y una intervención de esta índole requiere una alteración en el mundo exterior […] que, siendo una acción específica, sólo puede ser alcanzada a través de determinadas vías. El organismo humano, es en un principio, incapaz de llevar a cabo esta acción específica realizándola por medio de la asistencia ajena al llamar la atención de una persona experimentada sobre el estado en que se encuentra el niño […]. Una vez que el individuo asistente ha realizado para el inerme el trabajo de la acción específica en el mundo exterior, el segundo se encuentra en situación de cumplir sin dilación, por medio de dispositivos reflejos, la función que, en el interior de su cuerpo, es necesaria para eliminar el estímulo endógeno (8). La totalidad de este proceso representa entonces una «vivencia de satisfacción» que tiene las más decisivas consecuencias para el el desarrollo funcional del individuo.» (Para traducir esta parte en la que Kaes cita la traducción francesa hemos tomado Amorrortu ed. T1 Freud, S Obras Completas)
 
En su comentario del texto de Freud, RW Higgins (2021) subraya que para Freud, el que está « al lado », el Nebenmensch es un ser indispensable, experimentado y que brinda asistencia, para que el lactante pueda suprimir las tensiones debidas a las excitaciones, tanto externas como internas, que lo asaltan – algo que no puede hacer solo, por sí mismo – que hacen que se agite, emita gritos, signos de su angustia-desamparo, de su Hilflosigkeit, traducida actualmente por «des-ayuda» – «des-asistencia» sería quizás más preciso.
 

(8) F. Ansermet (2009) encuentra que « el organismo no puede realizarpor sí solola descarga de la exitación que lo habita. Necesita la acicón del otro, del Nebenmensch, para permitir la descarga, el pasaje del placer al displacer ». Cf. Ansermet F (2009) «Huella y objeto, entre neurociencias y psicoanálisis », La causa freudiana, 71, p. 170-174.

 

La traducción francesa y la interpretación de la palabra Nebenmensch varía según los autores. Cada traducción introduce un matiz que señala la complejidad de esta noción: un ser humano que brinda asistencia, alguien cercano, la madre o quien la represente, un amigo (como Fliess para Freud) o el terapeuta, un personaje «que esté al lado» según Monique Schneider (2011) (9), un semejante al lado del que sufre.

Me quedo con la propuesta de F. Richard (10) : «El Nebenmensch, es la persona que escucha de manera adecuada la llamada del niño (la madre por supuesto, pero, además de ella, toda persona que ejerza esa función) ; no debe estar demasiado cercana : espera al otro el tiempo que sea necesario». Pero sobre todo acompaña con su palabra al infans, el que todavía no sabe hablar, en su adquisición de la palabra, del lenguaje y la competencia intersubjetiva.

Esta proposición corresponde a lo que P. Castoriadis-Aulagnier (11) teorizó como la función materna de portavoz. Se requiere una condición mayor para que se ejerza: los objetos de experiencia y de encuentro que la madre propone al niño y que ella asocia a palabras sólo pueden ejercer su poder de representabilidad y figurabilidad para el niño, si han sido marcados por la actividad de la psiquis materna que los dota de un indicio libidinal, y por ello de un estatus de objeto psíquico conforme a las «necesidades» de la psiquis. La representabilidad y la figurabilidad tienen como materiales y como condición los objetos moldeados por el trabajo de la psiquis materna. La marca que la madre deja sobre el objeto es un previo necesario a estas dos metabolizaciones.

P. Aulagnier menciona su deuda con la teoría de J. Lacan: el objeto sólo es metabolizable por parte de la actividad psíquica del infans si, y en tanto que, el discurso de la madre lo haya dotado de un sentido del que la denominación dé testimonio; el sentido está tragado con el objeto: mediante esta fórmula Lacan designa la introyección originaria del significante y la inscripción del rasgo unario entre la madre y el hijo. 

(9) M. Schneider (2011), La détresse aux sources de l’éthique, Paris, Éditions du Seuil.  // M. Schneider (2011), La angustia en las fuentes de la ética, Paris, Éditions du Seuil.

(10) F. Richard F. (2011), « El paradigma del Nebenmensch y la función materna », Revista francesa de psicoanálisis, LXXV, 5, 1539-1544.

(11) P. Aulagnier-Castoriadis (1975), La violence de l’interprétation Le pictogramme et l’énoncé, Paris, P.U.F. // P. Aulagnier-Castoriadis (1975), La violencia de la interpretación El pictograma y el enunciado, Paris, P.U.F.

 

Ella precisa su propia posición subrayando que el infans sólo puede metabolizar en una representación de su relación con el mundo mediante un objeto que primeramente se haya instalado en el área de la psiquis maternal, moldeado por el trabajo de represión de la madre. Es un fragmento del mundo, conforme a la interpretación que la represión impone al trabajo de la psiquis materna, que está remodelado para que se vuelva homogéneo con la organización de lo originario (lugar de inscripción de una representación escénica dramatizada, vínculo entre esos objetos) y el primario (discurso del principio de realidad).

 

Esta función de portavoz inscribe por segunda vez, (la primera con el contrato narcisista), el trabajo de la intersubjetividad en la estructuración de la psiquis del niño. Y esta presencia hablante se inscribe en la red hablante de mas-de-un-otro hablantes, por ejemplo de un grupo o una familia, pero también en el colectivo social y cultural.

 

En un artículo titulado Nosotros, la Muerte, el Cuidado, Robert William Higgins23 emprende la reactualización, en ocasión de la pandemia de Covid 19, de la cuestión del Cuidado y del Psicoanálisis; cuestión largamente evitada, escribe, por los psicoanalistas. Higgins nota también los efectos trágicos de la prohibición de visita, en los EPHAD planteando aquí la cuestión de los cuidados en el final de la vida: «faltaba la presencia, real, ahí al lado, al lado de yo paciente, del que me escucha, así como de la mía a su lado», presencia real.

 

Relevo algunas proposiciones de su artículo en resonancia con mis palabras. Higgins nota que la descripción minuciosa del Nebenmensch hecha por Freud sigue siendo pertinente en la actualidad y se opone a una concepción reduccionista de la relación de asistencia. Escribe «A primera vista la emergencia del Care aparece como una respuesta a nuestro temor de haber “perdido la muerte”, efecto de lo que pude llamar una ‘puesta en ciencia – y en management– de la muerte’ que caracteriza nuestro «modo de subjetivación» (Michel Foucault) de la muerte. Sin embargo, Higgins se pregunta «si no sería más justo hablar más bien de des-subjetivación – a tal punto parecen grandes nuestras dificultades de subjetivación de la muerte en nuestras sociedades industriales, científicas y gerenciales».

 

Higgins hace otra observación que me llama la atención porque resuena con aspectos importantes de mis propias investigaciones. Relevando que «es sólo para el otro que brinda asistencia que el niño está perdido, sólo para él para quien sus gritos pueden representar una llamada, Freud nos hace captar que sólo él puede permitir al niño no encerrarse en la tentación de la aniquilación. Él sólo permitirá al niño hacer de ésta una experiencia verdadera y comenzar a «hacerse comprender.» Pero, detalla Higgins, para que la escena sea verdaderamente « habitada por el sufrimiento », … (verdaderamente subjetivada, podríamos agregar), es verdaderamente necesario que se tome nota de un sufrimiento, esto exige, escribe Monique Schneider, una verdadera presencia de uno, de otros, la creación de un tejido que rodee al ser angustiado-desamparado, donde se crucen los caminos de diversos operadores », donde se trata de algo que es como la inversa misma de la proyección, deriva del orden de un « nosotros » que implica la asistencia – de una suerte de Nebenmensch colectivo.»

 

La función del portavoz, como la del Nebenmensch, se establece así por la conjunción de la realidad intrapsíquica, el lenguaje, el cuerpo, la intersubjetividad y lo colectivo.

 

3. Los encierros y las envolturas del migrante

Mi reflexión se centró en diferentes ocasiones en los traumas que viven los migrantes, sobre los encierros de diversos tipos que sufren, sobre los daños a sus envolturas psíquicas, culturales y sociales. Estas cuestiones se volvieron a plantear recientemente, cuando en noviembre de 2021 Bielorrusia deporta hacia su frontera con Polonia entre 2000 y 3000 migrantes y refugiados para usarlos como armas contra la Unión europea y vengarse de las sanciones que esta última tomó en su contra. Entre esas personas, varias murieron de frío, entre las cuales había niños. Esta instrumentación de los migrantes como armas de ataque constituye sin duda una situación diferente a la de la pandemia. Sin embargo, alimentó y reforzó la representación, esencialmente en las corrientes anti-migratorias de la derecha y la extrema derecha, del fantasma de que los migrantes serían como el virus del que habría que protegerse y, con el que ahora habría que infectar a los enemigos.


Los migrantes, a diferencia de los inmigrantes, viven en una situación que consiste en satisfacer la necesidad vital de salir de un encierro, el del espacio de la opresión social, política o económica, para ellos sin salida en su país de origen, pero al precio de vivir en otro durante y después de su recorrido migratorio: llegan a un improbable destino, a veces sólo exponiéndose a riesgos vitales.  Para llegar al país que pudiera acogerlos deben a menudo vivir la experiencia de la prisión y la tortura, hacinarse en embarcaciones inseguras, y, si sobreviven a la travesía, en uno o varios campos de reclusión, de reagrupamiento y de selección. Su suerte depende de decisiones políticas, de acuerdos a menudo ambiguos, inclusive perversos (por ejemplo, entre la Unión Europea y Turquía, haciéndole trampas a Grecia) o de conflictos geopolíticos, tal como el que recientemente tuvimos el ejemplo. Las ONG humanitarias y ciertos Estados alertan sobre su suerte e intentan llevarles ayuda.


De un encierro a otro, de un «cofre» al otro, estas personas son seres humanos, la mayoría de ellos, sin auxilio, desprovistos de toda protección. Lo que viven esos adultos que tiempo atrás fueron bebés, es la experiencia de los recién nacidos cuando sus tensiones no son apaciguadas por la presencia de un Otro capaz de garantizar su seguridad básica. Tienen en común con los otros migrantes el hecho de estar constantemente expuestos a esta situación y de ser impotentes para superarla, más allá de la energía que gasten para sobrevivir personal y colectivamente.


En este trayecto, sucede que encuentren la presencia brindadora de asistencia de voluntarios y de profesionales comprometidos en estructuras asociativas que reciben delegación del Estado para cumplir funciones de asistencia, de palabra y de presencia, centros de acogida de urgencia para migrantes. Las grandes organizaciones humanitarias como La Cruz Roja y en Francia, Médicos sin Fronteras y Médicos del Mundo en el mundo, realizaron un trabajo que permitió a los migrantes recibir auxilio, cuidados y alojamiento, ser salvados de ahogarse gracias a los barcos humanitarios.


Es lo que un reciente artículo de C. Alexopoulos de Girard contribuye a hacernos comprender. Su trabajo clínico en uno de los Centros de acogida de emergencia para migrantes concierne a personas cuya especificidad es la de pertenecer a etnias perseguidas en sus países por motivos políticos: Sudaneses, Tchadianos, Guineanos. Todos tuvieron la experiencia de la prisión, de la tortura y de la partida forzada de su país en condiciones muy peligrosas, de una enorme violencia.Su recorrido migratorio constituyó un trauma suplementario: se encontraron en Libia en donde fueron encerrados, torturados, vendidos en condiciones cada vez diferentes, pero que provocaban siempre un sentimiento común de desamparo, de impotencia, de angustia. En cada uno, la experiencia de prisión oficial u oficiosa es central en su recorrido de exilio, está asociada a tratos inhumanos y degradantes: violaciones, esclavitud, trabajos forzados, mutilaciones y ejecuciones sumarias. Atravesar el Mediterráneo en embarcaciones improvisadas, así como los naufragios, los han confrontado una vez más a la muerte y a sobrevivir. Una vez en Europa han conocido la errancia en las calles, los arrestos y los desplazamientos y para dos de ellos la detención en un centro de retención administrativa en “région parisienne”, seguida de una expulsión a Italia y el regreso a Francia en condiciones de extrema precariedad.

 

A partir de la historia de algunos de estos pacientes C. Alexopoulos de Girard se propone analizar los desafíos clínicos ligados a esta superposición de experiencias de encierro, de maltrato y de exilio. La autora nos dice que, en el momento de tomarlas en tratamiento, estas personas sufrían de pensamientos e imágenes invasoras en estrecha relación con el telescopaje de todas las violencias sufridas: vivían pesadillas traumáticas, momentos de sideración absoluta, durante los cuales no llegaban a diferenciar la experiencia pasada del instante presente, aterrorizados por la idea de ser enviados de regreso a su país o quedar en prisión en Francia.

¿Cómo, en esas condiciones, volver posible el trabajo terapéutico? De las respuestas de la terapeuta señalaré sólo algunos aspectos. Ella observa, por ejemplo, que los ataques al encuadre por parte de la mayoría de ellos pueden tener un sentido autoagresivo, como si torturadores, incorporados, estuvieran allí siempre presentes maltratando a los pacientes y transformándonos en testigos de esas violencias inimaginables. Se trata exactamente de, escribe ella, nombrar, autentificar, y contar, es la tarea del terapeuta en esta clínica del traumatismo, para reconstituir el aparato de pensar los pensamientos. Seguramente. Pero lo que escribe es igualmente importante: que la flexibilidad, el conjunto (“accordage”) y la permanencia de su «presencia en cuanto terapeuta eran las condiciones sine qua non para que sea posible un trabajo en un enfoque en el que el encuadre estaba ahí para sostener la terapia y en ningún caso a la inversa» (p. 73).

 

La función del Nebenmensch está aquí notablemente presente para la autora, en su escucha de los relatos de estas personas. Ella muestra que, atacando a la grupalidad interna, al otro en uno, se aísla al individuo al mismo tiempo que se fabrican miedos colectivos sobre el conjunto de la población: «Las experiencias de reclusión, malos tratos, incomodan, tocan en efecto tanto el cuerpo como el espíritu de las personas que toman la vía del exilio, así como sus pertenencias grupales» (p. 71-72). C. Alexopoulos de Girard concluye su estudio señalando que las prácticas de encierro, de tratos inhumanos y degradantes, de exilio forzado, se inscriben en una alternativa infernal entre retención y expulsión, igual a la imagen de una experiencia regresiva de sadismo anal en la que los seres parecen cosificados, tratados como objetos parciales, deshumanizados.

 

Estas reflexiones sobre las envolturas psíquicas, el ser sin auxilio y el Nebenmensch en la experiencia traumática del encierro, tuvieron como base dos situaciones diferentes.

Primeramente, en el recorrido de los sujetos que se vieron confrontados al encierro y a sus consecuencias psíquicas. Cuando la pandemia de Covid 19 invadió todos los espacios de la psíquica, y de la realidad social, la situación de las personas hospitalizadas, así como la de las personas confinadas en su espacio de vida, era motivada por causas principalmente sanitarias, era transitoria, con una entrada y la esperanza de una salida, rápidamente reducida por la cantidad de muertos. De otra consistencia psíquica y social era la situación de las personas que vivían en EHPAD, ellas habían ingresado sin esperanza de salida y, desde ese momento, eran dependientes de los cuidados físicos, psíquicos y relacionales que deberían mantenerlos seguros en una vida en la que los lazos intersubjetivos, tanto en la institución como con el medio familiar, revisten un carácter vital. El encierro drástico y las trabas en el acompañamiento en las EHPAD durante el primer confinamiento empujaron al extremo su angustia-desamparo y la de los cuidadores, que ya sólo podían ejercer sus funciones de presencia y proximidad de asistencia, mediante su propio encierro en la institución con todos los riesgos. Y los que en estas condiciones perderían a alguno de sus padres o a alguien cercano, estaban privados también de estar presentes junto a ellos en ese momento de la última separación. Habíamos entonces verdaderamente “perdido a la muerte” según la expresión d’Higgins.

Diferente es la situación del migrante. Huye de su espacio de origen, arrinconado por la guerra y el desastre económico de su país. No huye solo, para su propio resguardo, lleva la esperanza de su grupo, sostenido por él, de encontrar una tierra y un espacio en el que resguardarse y vivir, y si lo logra, acoger un día a los suyos. Conocemos su trayecto, sabemos que no encontrará un lugar seguro y estable en el que apoyar la cabeza y tratar su dolor de errante. Excepcionalmente tendrá acceso a un centro que albergue la emergencia de los migrantes, a un consultorio abierto por una ONG. Temporariamente encontrará una presencia, una escucha, un auxilio. Logrará a duras penas volver a tejer los hilos de su historia, aquélla de la que se puede hablar, otra parte continuará hundida, inaccesible. Conocemos también su historia, la historia de ellos. Estos altos provisorios, antes de otras «junglas», de otras errancias y de otras violencias, no son resolutivos; son al menos la experiencia de que la escucha de su angustia-desamparo y la asistencia que se les brinda los reconoce como seres humanos.

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