MIGRACIÓN: procesos psicológicos entre pertenencias y nuevas afiliaciones

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Margarita Kahn 1

1 Margarita Kahn, es Licenciada en Psicología en la Universidad de Buenos Aires, donde nació. Desde el 1986 vive y trabaja en Roma. Se especializa en Psicoterapia Sistémico-Relacional, y en psicoanálisis Relacional y del Self. Es socia, profesora y supervisora del Instituto de Estudios Psicoanalíticos Psicología del Self y Psicoanálisis Relacional, ISIPSè. Es miembro IARPP. margakahn@gmail.com

Resumen – Abstract:
Este trabajo quiere acercar al lector al tema amplio y complejo que es la Migración. A través de su experiencia personal de migrante, psicoterapeuta y docente, la autora describe los distintos tipos de migración y las características de cada uno. El Refugiado o Solicitante de asilo, el Migrante Clásico o Económico y el Expat.
La autora vive y trabaja en Italia, donde la migración es una realidad abrumadora y catastrófica que no puede ser ignorada. El esfuerzo de este escrito es el de tratar de no dejar de lado ninguna de las tantas personas que inician el viaje interminable de dejar la tierra de origen. Todo inmigrante antes de iniciar su viaje vivía en su propia tierra, llamada patria, que le daba una identidad, una seguridad interna, una serie de códigos conocidos que lo hacían sentirse ciudadano, lo hacían sentirse parte del lugar, no tenía que explicar o aclarar la diferencia de acento en el hablar o ciertos rasgos físicos diferentes.
El Self que funciona en el país de origen, debe ser ajustado a la nueva cultura, debe tratar de conjugar las pertenencias pasadas con la necesidad de crear afiliaciones nuevas que le permitan de sentirse parte del nuevo país. Se trata de un trabajo psicológico interno muy sutil y privado, con continuas mediaciones necesarias para no perder esas partes vitales del Self que nos hacen sentir una Persona con ‘P’ mayúscula y no una persona híbrida sin alma.

Palabras clave: Migrante; refugiado; migrante económico; expatriado; desplazamiento; culpas; distintos self; diferentes psicoterapias; diversidad cultural.

“Cuando nacés ya encontrás un nombre esperándote (Safia)… Nadie puede elegir su propio nombre, digamos enseguida que no es una tragedia…
Pero para todo inmigrante la cuestión del nombre es fundamental.
La primera pregunta que siempre te hacen es: ¿cómo te llamás? Si tenés un nombre extranjero, inmediatamente se crea una barrera, una frontera infranqueable entre «nosotros» y «ustedes». El nombre inmediatamente te hace sentir si estás dentro o fuera, si pertenecés al «nosotros o al «ustedes»…
… Pero desde que vivo en Roma tengo otro: (nombre) Sofia… Dejame ser claro: no es un seudónimo, en el sentido de que no fui a buscarlo. Me lo regalaron y lo acepté. ¿No dicen acaso que el regalo no se rechaza?”
Amara Lakhous 2

2 Así está expresado en el libro “ Divorcio Islámico en Viale Marconi”, de Amara Lakhous. (2010, p.20/25) NT.

Siempre tuve que luchar con un nombre que es demasiado pesado o demasiado diferente. Nací en Argentina de padre alemán; mi nombre es Margarita, pero siempre me llamaron Margaret, traducción de Grete, el nombre de mi abuela paterna. No siempre fue fácil hacerle entender a mis compañeros que este nombre algo sofisticado no era un acto de presunción. Ahora, que vivo en Italia desde hace casi 40 años, me llaman Margherita. Si el nombre tiene algo propio, el mío refleja una historia atravesada por muchas migraciones y muchos naufragios. Siempre conviví con los sentimientos contrastantes de pertenencia, desarraigo y nostalgia que circulaban en mi familia donde, en cada generación, alguien dejó su tierra natal por diferentes motivos. Sentimientos muy dolorosos de los que es muy difícil hablar, traumas no resueltos que se transmiten de una generación a otra a través del acting. Seguramente fui yo la destinada a abrir el quiste disociativo traumático que se esconde en estos acting, transformándolos, elaborando un pensamiento que ponga fin a esta trasmisión generacional. Esta condición me llevó inevitablemente, sin proponérmelo explícitamente, a interesarme por los temas relacionados con la migración. Mientras me contactaba con mis sufrimientos de vivir en una tierra extranjera, se desarrolló dentro de mí una conexión con «ser un extranjero».
El tema de la migración es vasto y complejo. En este trabajo me gustaría hacer una introducción general al tema de la Migración, las diferentes formas de migrar y el tipo de ayuda, de psicoterapia posible en cada situación migratoria.
Trabajar con personas de otros países significa confrontar diferentes culturas, a menudo percibidas como extrañas e incomprensibles. El terapeuta que trabaja con migrantes también debe migrar desde sus propias certezas para encontrarse con el otro que tiene enfrente. Es muy importante reconocer esta diversidad, no desde la posición de poder de la cultura dominante, sino desde la necesidad de conocer el mundo del otro y sentir cómo ese mundo resuena, conecta con el mundo del terapeuta. Contactar con el extraño que llevamos dentro.
No es fácil definir la migración y al migrante, es un tema muy amplio para contenerlo en pocas palabras. Seguramente por migrante entendemos la persona que se traslada de un país a otro, o de una región a otra, suficientemente diferenciada y distante, y por un tiempo prolongado, como para implicar el deseo de vivir y desarrollar las actividades cotidianas. Se mueven por motivos diferentes no siempre negativos: trabajo, estudio, amor, escapan para salvar la vida, etc., pero ciertamente cada uno deja su país, su hogar, sus seres queridos para encontrar una mejor situación que implica una reconstrucción de la identidad, un reposicionamiento del Self que funcionó hasta entonces y adaptarlo a un mundo nuevo no siempre como lo imaginaron. “Antes de ser inmigrante, uno es emigrante, antes de llegar a un país, tuvimos que abandonar otro, y los sentimientos de una persona hacia la tierra que abandona nunca son simples”. Maalouf (1999, p.23).

Hay que diferenciar los distintos flujos migratorios:

  • Refugiados o Solicitantes de Asilo: personas que abandonan su país para salvar la vida escapando, y están protegidas por un estatus especial. Estas personas, mientras tramitan el asilo, son llamados Solicitantes de Asilo y pasan a ser Refugiados cuando obtienen el estatus especial.
  • Migrantes económicos o tradicionales: la expatriación es la consecuencia de una decisión personal o familiar de abandonar el país de origen por diversas razones: falta de dinero, la esperanza de un futuro mejor para los hijos, la posibilidad de un trabajo, etc. El plan es ser extranjero por un tiempo definido para luego poder regresar y vivir en mejores condiciones.
  • Expatriados: personas que generalmente se desplazan continuamente con contratos laborales ventajosos, y las personas que los acompañan.

“(…) logramos acercarnos nadando a sus playas. Pero, ¿qué hombres son estos, qué pueblo tan salvaje tolera tales prácticas? Se nos niega acogernos en una playa. Nos hacen la guerra, impiden que pongamos el pie ni siquiera en el linde de su tierra. Si sienten menosprecio por el género humano y las armas de los hombres, pongan la vista al menos en los dioses que no olvidan lo que es justo y lo que es injusto.” Virgilio.

Virgilio imaginó este escenario hace más de 2000 años. Hoy en Italia nos bombardean noticias terribles, de barcos llenos de migrantes, hombres, mujeres, niños, mujeres embarazadas que huyen de situaciones de esclavitud, hambre, guerra, muerte, con la esperanza de ser acogidos por una Europa rica que muchas veces los rechaza y los vuelve a traumatizar. Son números, cuotas para gestionar, no personas.

  • Refugiados políticos: según la Convención de las Naciones Unidas sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, un refugiado es “una persona que, debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opinión política, se encuentra fuera del país de su nacionalidad y no puede o, debido a tal temor, no quiere acogerse a la protección de ese país”.

El estatus de Refugiado puede ser rechazado o revocado. Estas personas no solo pueden ser perseguidas por sus ideas políticas, religiosas y sociales sino también por elecciones muy íntimas como su género u orientación sexual.
Los solicitantes de asilo en Italia son personas que huyen de países africanos, de Medio Oriente o de Europa del Este, que cruzan las fronteras nacionales de diversas formas y con diversos medios de transporte, a menudo a pie y/o poniéndose en manos de traficantes, «contrabandistas» y «pasadores», que explotan la situación de necesidad de estas personas.
Los refugiados en Italia no realizan consultas privadas de psicoterapia, están a cargo de instituciones estatales y no estatales, asociaciones del tercer sector que se ocupan de estos casos específicos brindando ayuda psicológica y sobre todo apoyo para la inserción en el nuevo país y para las prácticas necesarias para adquirir el estatus legal de refugiados.
Los refugiados que necesitan ayuda psicológica generalmente sufren, además del dolor de dejar su tierra y seres queridos con la incertidumbre de volver a verlos, momentos de violencia por parte de otras personas que afecta la confianza en el terapeuta. Estos “traumas sociales sufridos por manos humanas” han sido tan devastadores que no es posible comunicarlos, ponerlo en palabras (violaciones, torturas, encarcelamientos sufridos durante el viaje). Se experimenta un cambio de personalidad, pérdida de confianza en los demás, estado de alarma continuo. El trauma en el cerebro nunca termina, el cuerpo es testigo de abusos y torturas. Sí difieren de los “traumas naturales” (terremotos, tsunamis), donde la mente puede lidiar con el duelo (pérdidas humanas y materiales); la confianza en los demás a quienes puede referirse no se ve afectada.
Los refugiados sólo tienen el cuerpo para expresar su sufrimiento, en estos cuerpos están las marcas de los abusos sufridos (trastorno de estrés postraumático, simple o complejo). La persona pierde la cualidad de sujeto sobre todo cuando estuvo sometida durante mucho tiempo al sadismo de los verdugos que encuentra en el camino y que se aprovechan de su fragilidad, dependencia y desesperación. Experiencias aterradoras que abruman al Self que, para sobrevivir, sólo puede cerrarse, congelarse, disociarse de los hechos sufridos. Se crea una ruptura funcional entre el cuerpo y la mente. Hay un cuerpo que expresa, no hay una mente pensante. Por estas razones, las psicoterapias de refugiados severamente traumatizados a menudo están llenas de silencio, no se encuentran las palabras o no tienen sentido, y el cuerpo (sentimientos, dolores, contracturas, etc.), así como las fantasías sobre el cuerpo del terapeuta, se convierten en el terreno sobre el cual rastrear muchas experiencias no simbolizadas del paciente. Sin un sentido de adentro y afuera, el dolor y las sensaciones físicas no pueden ubicarse. En cambio, en los sentidos -vista, oído, olfato, tacto, gusto- que se encuentran cerca de la superficie del cuerpo, los recuerdos traumáticos se «imprimen» rápidamente, con los consiguientes flashbacks, pesadillas, hiperactivación, etc. En definitiva, la interacción entre contenedor y contenido, y en consecuencia entre pensamiento y sentido, se ve interrumpida por el carácter transgresor del trauma sobre la “piel psíquica” (Boulanger, 2007; Luci, 2017). El tiempo y el espacio pierden sus dimensiones y el trauma se reexperimenta continuamente como el «presente».
En las personas severamente traumatizadas, encontramos un yo disociado donde los terribles recuerdos se confunden y aíslan, muchas veces expresados en el cuerpo, una forma de saber y no saber (Laub & Auerhahn 1993). La persona tiene miedo de recordar, de traer a la conciencia estas experiencias alienantes. El terapeuta utiliza su propio cuerpo para sentir al paciente. Una terapia cuerpo a cuerpo.
Luci (2017/2021) escribe: “Son los momentos en que uno se da cuenta de que sólo está en ‘presencia’ del paciente, dos cuerpos juntos en un tiempo suspendido, dentro del perímetro de una habitación. En tales estados disociativos y de copresencia física en un lugar, lo que sucede, después de cierto tiempo, es que se intensifican las percepciones sensoriales y también la conciencia del cuerpo. El encuentro adquiere una fuerte connotación como un «encuentro encarnado», en el que la implicación somática de paciente y terapeuta es un elemento fundamental e imprescindible para el inicio y buen desarrollo del proceso terapéutico. Gradualmente se da cuenta de que el paciente aún puede confiar en la relación para la comunicación, lo que hace que el terapeuta sienta somáticamente aspectos importantes de su experiencia.”
Mucci habla de «testimonio encarnado» (2018). Utiliza este término para explicar el trabajo del analista, de participación emocional y ética encarnada a través del funcionamiento cuerpo-mente-cerebro del hemisferio derecho (Shore, 2008). El «testimonio corporeizado» restituye al paciente un sentido de verdad emocional sobre lo que realmente sucedió, quien, de esta forma, puede reapropiarse y reconocer la experiencia como propia, a pesar del efecto alienante y exiliador del trauma. En contraste con la neutralidad de Freud, la idea de Sandor Ferenczi del terapeuta como «testigo benévolo y útil», gracias a su verdadera participación empática y comprometida, permite al paciente alcanzar una verdadera conciencia de las partes divididas en sí mismo, también como integración de la fragmentación debida al trauma (pp.122-124). Estos temas y otros se pueden encontrar en el artículo de Luci y Kahn Terapia con refugiados entre silencios y narrativas encarnadas (2021). “Emigrar es quedarse para siempre con los pies bien plantados… en el aire, es dejar de pertenecer incondicionalmente. Y esta pérdida es lo que lastima irreversiblemente la trama del espacio de amparo” (Claudia Yelín, 2003, p.47).

 

  • Los migrantes clásicos o económicos: son aquellos que se desplazan en busca de una vida mejor, un trabajo mejor remunerado, generalmente el jefe de familia se va antes y la reunificación familiar se produce más tarde. Una inmigración que recuerda la que tuvo lugar en una Argentina en construcción entre los años 1860 y 1970 cuando muchos europeos, especialmente italianos y españoles, partieron de una Europa en crisis en busca del trabajo que faltaba en su propio país.


Hoy muchos jóvenes de África, Rumanía, Albania llegan a Italia en busca de trabajo. Por su posición geográfica, Italia es el lugar de aterrizaje más directo, muchas veces su destino final son otros países europeos con mejores ofertas de trabajo. También llegan personas de Sudamérica. Por lo general, la decisión de migrar se da dentro de la comunidad a la que pertenecen, quienes unen fuerzas económicas para apoyar el viaje de la persona que consideran más idónea para la empresa. A menudo, el destino de toda la comunidad pesa sobre el joven elegido.
Estas personas no buscan ayuda psicológica, generalmente expresan su malestar a través de enfermedades físicas, orgánicas, problemas en el sistema digestivo, piel, migrañas. Acuden a las instituciones de salud pública por un síntoma físico. Con frecuencia convierten el dolor psíquico que implica dejar el país en una enfermedad orgánica más fácil de comunicar. Estos inmigrantes, no siempre con los documentos en regla, viven en muy malas condiciones, a menudo entre compatriotas, realizando trabajos transitorios y mal pagados que erosionan su confianza en el país de acogida y pueden caer en manos de personas que realizan trabajos ilegales (drogas, prostitución, mendicidad). Constantemente están hablando por teléfono en su propio idioma con sus seres queridos que quedaron en la tierra de origen, una forma de contrarrestar la sensación de soledad y desorientación en la que viven. Podemos también pensarlo como una forma de exorcizar la nostalgia que oprime al migrante. De una forma distinta, el tango en Argentina tuvo esta función, nació como necesidad del inmigrante de socializar el dolor, la nostalgia, como una teatralización de la desorientación, como un lugar metafórico donde representar sus vidas quebradas (Kahn, 2021).
La migración pone en marcha toda una serie de cambios en el mundo interno de los individuos. Se trata por lo tanto de un «proceso» y no simplemente de un acontecimiento. Es un proceso de carácter transformador durante un largo período de tiempo, donde el principio y el final se nos escapan. La decisión de migrar no estaba del todo «tomada» cuando se presentó la «oportunidad». El comienzo de este «partida» se produjo silenciosamente: las reglas del juego se construyeron con el tiempo, en el tiempo propio, pero también en el de los padres y abuelos, en su mayor parte inconscientemente, como siempre en la construcción de procesos psíquicos. Se trata de dejar lugares, afectos, vínculos, en relación con los cuales se ha construido la identidad hasta ese momento. Se activan procesos que se articulan esencialmente en dos frentes: la elaboración de la separación de todo lo que hasta ese momento ha sido el propio mundo y el consiguiente cambio de identidad. Si bien la mayor parte de este trabajo se desarrolla en los dos primeros años de vida en el extranjero, nunca termina: cada etapa de la vida implica pérdidas y reposicionamientos que enriquecen y complejizan el sentimiento de identidad. Amin Maalouf (1998) en su libro Identidades asesinas explica muy bien los sentimientos del migrante:

“La identidad de una persona no es una yuxtaposición de pertenencias autónomas, no es un mosaico: es un dibujo sobre una piel tirante; basta con tocar una sola de esas pertenencias para que vibre la persona entera” […] “Si sólo cuenta con una pertenencia, si es absolutamente necesario elegir, entonces el migrante se encuentra escindido, enfrentado a dos caminos opuestos, condenado a traicionar a su patria de origen o a su patria de acogida, traición que inevitablemente vivirá con amargura, con rabia” (p.16).

Los afortunados que logran encontrar trabajo y pueden reunirse con sus familias pueden tener dificultades para aceptar las diferencias culturales, especialmente cuando tienen que lidiar con el mundo escolar de sus hijos. Estos últimos tienen que conciliar la cultura de sus padres con la cultura del país de acogida y corren el riesgo de volverse apáticos y aislados si esto no sucede. Muchos padres pueden sentir que esta nueva cultura amenaza su integridad moral y cultural.
La escuela y el psicólogo escolar tienen un papel muy importante para localizar estas dificultades y ayudar psicológicamente a estos niños actuando como puente entre la escuela (maestro, directores), los padres de los compañeros de estos niños y los padres inmigrantes. Oportunidad importante para evitar el aislamiento familiar, para poder enriquecerse mutuamente de ambas culturas y sobre todo para no crear personas híbridas que mantengan una duplicidad de actitudes dentro de casa y fuera, sin comunicación entre ellas. “(…) usted no pertenece al castillo, no es del pueblo, usted es un don nadie. Por desgracia, sin embargo, usted es algo: un forastero, uno que siempre resulta superfluo y siempre está en camino, uno por quien siempre se producen trastornos (…)” (Kafka, 1926, p.63). No solo el migrante se siente amenazado, también la población hospedante se siente asechada en su identidad cultural. Miran al inmigrante como extraño, como uno que invade, provoca inseguridad, rompe un equilibrio interno con sus hábitos diferentes. Esta percepción muchas veces se utiliza en ciertos discursos políticos para crear consensos: nos sacan el trabajo, nos roban las mujeres, etc. “(…) todo hombre que pertenece a dos culturas pierde su alma” (Lawrence de Arabia).

“(…) la expresión del Self [puede] cambiar solo de vez en cuando dependiendo del contexto y esto puede constituir un recurso personal. El problema surge cuando el Self se rigidiza en la imagen de una sola identidad y en la pretensión de que esta última sea congruente, lineal, estática y estable.” C. Edelstein (2003).

Ahora voy a intentar hablarles de los Expat, que es un tipo de migrante que acude a consulta privada: personas que se desplazan con un contrato laboral ventajoso durante unos años y los familiares que los acompañan.
Aunque se trate de migrantes afortunados, que se mueven con excelentes contratos de trabajo, los procesos psíquicos que acompañan sus traslados son los mismos que encontramos, en general, en otros inmigrantes, con la diferencia de que los migrantes que se mudan por desesperación muestran su condición de vulnerabilidad en la cara; en estos migrantes «privilegiados», sin embargo, no se ve ese dolor. Raramente se definen como migrantes, siguiendo el significado cultural de la palabra; en su mayoría se sienten personas muy afortunadas y privilegiadas con toda la culpa subterránea que esto puede conllevar. Nos dicen que están deprimidos, confundidos, pero no tienen la percepción de que esto pueda estar relacionado con la migración.
A menudo se niega el duelo por la migración; los sentimientos de tristeza relacionados con las pérdidas se sofocan. Nunca pensaron en el hecho de que podían sentirse solos, tristes, necesitados de su propio país: sentimientos sofocados en favor del entusiasmo con que se reviste la partida y el Nuevo Mundo.
El lugar donde estas personas trabajan: organizaciones internacionales, militares, embajadas, etc., se confabula con su sentimiento de particularidad. Estas organizaciones esconden problemas particulares en su interior. Se crean realidades ficticias con reglas y códigos que sólo ellos comparten y que los separan del resto de los «mortales»; en general también hablan una lengua diferente tanto de la del país de origen como de la del lugar de residencia. Se sienten diferentes, y en cierto modo esto es verdad: tienen salarios, contratos de trabajo, seguros, obligaciones tributarias diferentes de las que rigen en el país donde están ubicados, es decir que, durante un tiempo, mientras dura el contrato, se sienten especiales, para luego volver a su país a una realidad mucho más banal. Pueden tolerar la frustración de este regreso sólo viviendo de recuerdos pasados y planeando un nuevo traslado, como si la vida real estuviera afuera. Si dejar el propio país significa una revisión de las representaciones mentales hasta entonces en funcionamiento, también implica la reconstrucción de un Self probado en el país de origen. Ser parte de estos organismos donde rige un cierto estilo de vida, pensarse reflejado sólo en ese espacio, es correr el riesgo de crear una realidad alternativa, que aísla y protege mientras uno está adentro pero que no permite una comparación con la realidad del país anfitrión. Viven fuera del pasado y del presente, suspendidos.
Generalmente, en la decisión de migrar no se discute sobre el dolor y la pérdida de dejar el propio país, sino sobre los problemas prácticos asociados con la partida, probablemente por una suerte de protección familiar. Muchas veces se comunica la decisión a los hijos a último momento para no angustiarlos obteniendo la respuesta contraria. Es importante dar tiempo a los niños para separarse de sus compañeros y para expresar las emociones positivas o negativas que se anidan en toda separación. Para empezar bien, hay que terminar bien. La partida puede ser vivida como un abandono de los seres queridos que muchas veces son ancianos, el miedo de no volver a verlos, lo que genera dolor y culpa. También la persona puede sentirse culpable por tener éxito, por estar mejor y dejar a los demás en peores condiciones.
Detrás de estas vidas «privilegiadas», a menudo se esconden sufrimientos no reconocibles. Pensemos por ejemplo en los niños que asisten a colegios internacionales y que están sujetos a constantes separaciones de sus compañeros que también son expat. Son niños y adolescentes que pueden tener dificultad para desarrollar un sentido de apego y arraigo. No pertenecen exclusivamente a la cultura del país de sus padres, ni a la del país donde viven, están acostumbrados al continuo movimiento de un lugar a otro. Pasaron sus años escolares formativos en un país diferente al de sus padres. Sus raíces están vinculadas más a personas que a lugares. Se defienden de esta retraumatización constante no creando lazos fuertes. Estos niños prefieren las relaciones con otros expat, necesitan construir amistades rápidamente por la pesadilla de la separación. Están muy conectados a Internet, se sienten como en casa en el ciberespacio donde cada lugar, cultura, idioma está disponible para ellos. Son personas con una gran capacidad de adaptación.
A estos niños y jóvenes nacidos en el expatrio o que viven mucho tiempo fuera de su propio país y a veces incluso fuera del país de sus padres se los llama TCKs o third culture kids (jóvenes de una tercera cultura) Bushong 2013 la «patria» ya no es un estado, un lugar, sino un momento excepcional, y por lo tanto no tienen la típica nostalgia de los migrantes. Para los acompañantes, familiares a cargo, la vida puede ser difícil. Generalmente, pero no siempre, son mujeres que han dejado sus trabajos para seguir a sus maridos. El partenaire a cargo normalmente se ocupa de las tareas prácticas necesaria para hacer funcionar la familia (mudanza, organización de la casa, ayudar a los hijos a insertarse en el nuevo contexto, elegir escuela, etc.). Terminado este periodo, estos acompañantes comienzan a sentirse aburridos, vacíos, deprimidos. A menudo no pueden trabajar porque la ley del país de acogida no lo permite. Se sienten inútiles y no comprendidos, comienzan a reflexionar sobre la decisión de un traslado poco razonado, se sienten dejados de lado, manipulados, y por el otro lado, egoístas, con culpa por no reconocer los beneficios de estar en el exterior. Sentimientos difíciles de compartir, amigos y familiares que se quedaron en su país de origen, generalmente se detienen en la parte cautivadora y superficial de migrar a un país mejor que el suyo, proyectando en ellos sus propios sueños y escabulléndose de la parte del sufrimiento.
Un momento de crisis para los Expatriados es el momento de la jubilación, ya no hay trabajo que dé sentido a sus movimientos. Pueden sentir que la vida es aburrida cuando se detienen y no tienen un lugar de pertenencia donde volver. Como demuestra este trabajo, la migración nunca termina, uno es siempre un migrante desgarrado entre varias pertenencias. Hazel IPP (2008) en su hermoso trabajo Nell: A bridge to an amputed Self (Un puente para el Self amputado) escribe:

“Como sabemos, el país de nacimiento continúa residiendo profundamente en nosotros mucho después de que nos hayamos ido. Crear un puente entre las experiencias de aquí y de allá, de entonces y de ahora, es desalentador, a menudo imposible. Si bien puede prevalecer un sentido del Self y muchos aspectos del Self avanzan juntos para enfrentar lo nuevo, puntuando y enriqueciendo estas nuevas posibilidades, algo vital queda atrás, perdido, encapsulado en el mundo complejo y de múltiples capas de la tierra en la que nace” (p.44) NT.

También, me gustaría hablar de un momento paradójico que vive el migrante cuando, después de un período de vida en otro lugar y de haber trabajado para sentirse menos extranjero, comienza a percibir que no tiene un país propio, que se siente un extranjero en su propio país. En el momento en que el migrante comienza a sentirse seguro porque ha encontrado un lugar más o menos estable en la ciudad de acogida y ha recibido confirmación de pertenencia respaldada por un documento de identidad, comienza a percibir la paradoja de esta condición. Siente que toda la energía que usaba para sentir que «llegó» se está desmoronando, es una mera ilusión. De repente, queda claro que nunca va a pertenecer, que nunca llega, que nunca se va, que nunca vuelve. En ese momento se hace evidente que su vida será un viaje para siempre, en constante movimiento. Tendrá que vivir con las diversas pertenencias y con ninguna, y siempre se encontrará luchando con los diversos Selfs en la búsqueda de un equilibrio que pueda convertirse en un interior pleno. León y Rebeca Grinberg (1984), argentinos expatriados, en el final de su pionero libro Psicoanálisis de la emigración y el exilio escriben:

“El nuevo país, aunque sea el propio, se volvió irreconocible debido a los cambios que se produjeron tanto en la realidad externa como el mundo interno del sujeto” […] el país de origen se volvió extranjero, extranjero, mientras que el país de emigración se volvió familiar […] En mayor o menor medida, dominará el sentimiento doloroso de no ser de ningún lado […] A cambio de todo esto es posible sentirse un poco más «ciudadanos del mundo» (pp.263/266).

La psicoterapia puede funcionar para todas las personas citadas en este trabajo como un tercer espacio, donde el migrante puede traer los diversos Selfs que normalmente se mantienen disociados, como dice Bromberg (2007), poder desarrollar la capacidad de estar entre los espacios permite una mejor tolerancia de los diferentes aspectos del Self provenientes de una experiencia migratoria compleja. En esta línea, el espacio terapéutico puede ser pensado como un tercer espacio, que por un tiempo puede funcionar como una «patria», donde las diversas pertenencias, los diversos Selfs pueden encontrar un lugar de comunicación de tal manera que puedan percibir el estar suspendidos, no sólo como un lugar de carencias y pérdidas sino como un lugar de enriquecimiento. En este trabajo, el terapeuta debe ser capaz de transitar entre las orillas junto con el paciente, perderse en este recorrido, dejarse llevar por los diversos Selfs, distribuyendo las piedritas que proporcionan el mapa nunca definitivo, pero que da sentido al movimiento. La pareja analítica debe permitirse continuamente derribar los muros y comenzar de nuevo, reconociendo este proceso de formación de identidad como siempre en flujo. Haciéndose eco de las palabras de Bromberg (1998), “la salud no consiste en la integración. La salud es la capacidad de permanecer en los espacios entre diferentes realidades sin perder ninguna de ellas” (p.116) NT.

Me gustaría terminar este trabajo como lo empecé, contando una experiencia personal. En uno de mis últimos viajes a Argentina mi sobrino me recordó una frase que escribí en un libro en el aeropuerto de Buenos Aires mientras esperaba mi avión para llevarme de regreso a Italia: «Estoy en un aeropuerto, no importa si en Roma o en Buenos Aires, siempre pensé que me voy a casa, ¿cuál es mi casa?». Este sentimiento de no saber dónde estaba mi hogar fue creciendo dentro de mí, tomando diversas formas desde la indiferencia, la ira, la decepción, a la angustia profunda, hasta ahora que acepté que no tengo un hogar, que estoy suspendida. Si vivir en un país extranjero sin pertenecer a él no es fácil, sentirse extranjero en el propio país es una decepción difícil de sobrellevar.

Durante años salí de Italia con mi pasaporte alemán; al llegar a Argentina, llenando la tarjeta de migración con el corazón apesadumbrado, usaba el pasaporte argentino, no podía traicionar a mi patria entrando como extranjera y lo mismo cuando regresaba. Pero esta especie de hechizo no funcionó; con mucho dolor me di cuenta que mi país ya no es mi patria, no lo reconozco, yo cambié como también cambiaron mis compatriotas, solo el sabor del dulce de leche me hace sentir como en casa. El dulce, que untamos en el pan todos los niños argentinos, se inscribe en nosotros como una experiencia corporal emocional inmutable a los cambios de la vida. Hasta en mi piel se hicieron añicos los típicos sueños de los migrantes de regresar a una patria idealizada. Mi país y yo ya no nos pertenecemos: nos sentimos diferentes. Me siento extranjera en Argentina de la misma manera que me siento en Italia, un país que amo y siento como propio. Pero no lo es.

Sé que estamos destinados a vivir con tantos aspectos de nosotros mismos y a tener que dejar de lado la idea de una única identidad, aunque la idea sea ciertamente más tranquilizadora. Tendremos que aceptar vivir sobre una alfombra voladora que en algunos momentos nos marea y en otros nos permite mirarlo todo desde esa cierta distancia que nos hace sentir que el mundo entero nos pertenece.
No me gustaría terminar sin decir, con las palabras de Homayounpour (2012), psicoanalista iraní que regresa a Teherán tras una larga vida en el extranjero, algo sobre el dolor que implica un regreso definitivo a casa:

“Recuerdo cuando era una niña en Canadá y me preguntaban por qué me mudé a ese país, yo respondía con una voz llena de nostalgia: ‘Le tenía tanto cariño a mi país que tuve que poner miles de kilómetros entre nosotros’. Me pregunto si esta es la razón por la que muchos de nosotros nos alejamos por tanto tiempo […] El alejamiento funciona de alguna manera como una defensa contra la inevitable carga emocional que siempre pesa sobre el regreso de cada individuo.
¿Debemos sentirnos culpables si no nos fascina todo lo relacionado con nuestro país? ¿Tenemos que torturarnos por haber, en cierto sentido, abandonado nuestra patria y ahora ya no podemos encontrarla? […] Me encuentro identificando y redescubriendo partes de mí misma que luché por expulsar para deshacerme de ellas: partes que no quería reconocer como mías, partes de las que pensé que había sido capaz de deshacerme durante unos veinte años. […] Cuando volvemos a casa, tenemos la sensación de que todas estas defensas ya no funcionan. No tenemos acento extranjero, el cabello oscuro es completamente normal y nuestro nombre no despierta ninguna curiosidad. Así se hace más difícil distanciarse de los demás para evitar las relaciones. Solo tenemos a disposición nuestras emociones, nada más”. (pp. 64/ 97/ 98/ 107) NT.

Bibliografía

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