Un paso, una estadía. Mi experiencia en BabelPsi.

Pasantías en psicoanálisis multifamiliar

Pablo Cavallero 1

1 Pablo Cavallero es Lic. en Psicología (UBA) y miembro de BabelPsi.
contacto: pmcavallero@gmail.com

Palabras clave: Psicoanálisis Multifamiliar - Psicología - Formación en Psicoanálisis.

“No todo lo que escribo da como resultado una realización, resulta más una tentativa. Lo que también es un placer. Pues no todo quiero abarcar. A veces quiero solo tocar. Después lo que toco a veces florece y los otros pueden tomarlo con las dos manos”
Clarice Lispector en  Delicadeza

Mis comienzos

Pensar en mi experiencia como pasante en las multifamiliares y como miembro de BabelPsi, me remonta a los primeros años que cursé en la Facultad de Psicología de la UBA. Allí se encontraba una versión más joven de mí, muy ansiosa e inquieta por el futuro. Pensar la vida profesional se presentaba más que con optimismos, como una amenaza. Sentía que estaba siempre en falta, que debía “recolectar” la mayor cantidad de herramientas posibles y de a momentos me invadía la sensación de que la universidad no era suficiente para colmar esa exigencia.
 
Con este clima interno un tanto caótico, decidí aplicar para una pasantía de una de las materias que cursaba en ese momento. Una actividad extracurricular que habilitaba a alumnos de la facultad a asistir a algún dispositivo terapéutico. El objetivo era aprender y presenciar lo que (aprovechando que estamos en tiempos mundialistas) sucedía “dentro de la cancha”, algo que hasta ese momento mi formación teórica en la facultad no me había provisto. Lo cierto era que, hasta ese entonces, pensaba la universidad como un espacio que otorgaba importantes andamiajes teóricos, los cuales cubrían de forma superficial las distintas áreas donde puede desempeñarse un licenciado en psicología. Sin embargo, aparecían los interrogantes de qué hace a un terapeuta más que a un licenciado en psicología, ¿ser licenciado en psicología es lo mismo que ser psicólogo? ¿Y que ser terapeuta? ¿Y que ser analista? La influencia del psicoanálisis en mi formación me había abierto ante estas preguntas que movilizaron en mí el deseo de encontrar las diferencias y de comenzar ya en ese momento lo que suponía que podía llegar a ser una formación como terapeuta.
 
De forma azarosa elegí, entre las opciones que otorgaba la pasantía, las multifamiliares del Méndez. Sé que parece haber poco azar en esta decisión, pero lo cierto es que opté por una institución que me quedara más cerca de mi casa, no sabía de qué se trataba, solo tenía la urgencia de ver de cerca aquello que se profesaba en la universidad. Llegué a mi primera multifamiliar en el hospital Méndez en septiembre del 2018 con la enorme expectativa de entender cómo era que funcionaba una terapia, si era posible más allá de las descripciones teóricas y de casos clínicos con intervenciones brillantes en recortes acotados que me eran enseñados en la universidad. También movilizado por la misión personal de aprender a escuchar. ¿Qué significaba aprender a escuchar? No estaba seguro, pero sabía que no iba a aprenderlo leyendo libros.
 
Luego del primer momento de la multi quedé aterrado y fascinado de igual forma. No me percataba en ese entonces, pero me había conmovido mucho lo que allí había sucedido y no tenía tampoco un trabajo analítico personal que me permitiera dimensionar algunas emociones. En el segundo momento de la multifamiliar, el Ateneo clínico, fue cuando quedé completamente maravillado: los coordinadores, miembros de BabelPsi, comentaron y explicaron el porqué de sus intervenciones no solo desde un razonamiento teórico, sino también desde las vivencias que en ellos mismos habían despertado. Hasta ese momento el imaginario de terapeuta que tenía era de una persona sólida, inamovible, que no sentía o que entendía que su sentir no formaba parte del momento terapéutico, que contaba con un saber y que el paciente consultaba por ello. Si bien había estudiado desde el psicoanálisis que el paciente tenía el saber y que el analista actuaba de facilitador para hacer consciente ese saber inconsciente, nunca había puesto en juego qué pasaba con lo que el terapeuta siente. Desde mi entender, la terapia era un encuentro entre sujeto y objeto, el analista como un objeto que era tomado por el sujeto. No había en esa ecuación la persona del terapeuta. En las intervenciones no solo estaban las personas de los terapeutas, sino que las vivencias eran usadas como herramientas y no como un obstáculo a remover. Con este testimonio puedo estar cometiendo algunos errores conceptuales sobre cómo se desarrolla el psicoanálisis familiar, pero así lo veía en esos primeros años de estudiante. Asimismo, la noción que tenía del ser estudiante fue increpada aquella noche. Hasta ese momento, entendía al estudiante como alguien vacío, que prestaba su tiempo para aprender aquello que no sabe y que debía escuchar a quien sí, repetir lo que le presentaban y solo así iba a llegar al conocimiento. No había lugar en el discurso de un estudiante para certezas, a lo sumo preguntas. Lo que noté aquella noche fue que los coordinadores invitaban a los pasantes a comentar qué les había parecido la reunión, qué opinaban, cómo les había removido y si tenían alguna duda. Tener un posicionamiento, una idea de cómo podría haber concurrido la reunión, que difiera de cómo la habían planteado los coordinadores, era algo que escapaba de mis pensamientos y que no solo era habilitado, sino fomentado en aquel espacio. 
 
Luego de atravesar y ser atravesado por esta experiencia, continué asistiendo a las multis. A medida que fue pasando el tiempo fui concurriendo a otras multifamiliares de BabelPsi inquietado por aprender más sobre el funcionamiento de aquel dispositivo.
 
Eventualmente, fui invitado a ser miembro de la comunidad. Acepté gustosamente y seguí participando de diferentes multifamiliares, así como de las reuniones científicas de la comunidad y grupos de estudio e investigación que se desarrollan como actividades opcionales. Sin buscarlo encontré un lugar de contención, con profesionales brillantes de los cuales aprendo día a día y que me demostraron cómo ellos también aprenden de mí, en un vínculo donde el recorrido profesional no es más importante que la persona, donde cada opinión vale por igual, donde todos somos importantes y nadie es fundamental.

Otra mirada

Cuando se hace el ejercicio de pensar(se) los lugares que habitamos y que nos habitan, encontramos primero una nube que se reposa por encima, actuando como velo. Es la cotidianeidad que nos adormece y hace pasar por alto lo especial que pueden llegar a ser lugares y personas con las que compartimos día a día. Cuando escribí mi primer testimonio sentí que fue un relato que respondió a una consigna, que documentaba algo, pero que no transmitía con la fuerza suficiente. Por ello decidí correrme el velo por un momento y hablar de cómo BabelPsi resultó ser un lugar completamente diferente para mí, rizomático en sus modos y organización. 
 
A continuación, hablo de ello, otra vez, intentando poner en palabras algo que solo se puede entender viviéndolo, como quien intenta enseñarle a alguien a nadar usando lápiz y papel. Pensar mi entrada a BabelPsi fue un encuentro con algo distinto. No sabía en ese entonces si tendría la madera para poder encajar, y es madera porque hasta ese entonces me movía solo en árboles. Mi vida estaba organizada a partir de troncos. Formaba parte de ellos, era, con suerte, alguna rama, pero ninguna parte trascendental. 
 
Si algo caracteriza a los árboles es que estos tienen una organización muy marcada. Las partes del tronco señalan la estructura y núcleo del cual se despliega. Queda presentable a la vista qué parte es la fundamental y cuáles son las prescindibles. Yo siempre pensaba que debía formar parte de uno hasta producir mis frutos y quizá en un futuro desprender y formar mi propio árbol, donde recaiga y dependa de mí el protagonismo de florecer y aportar a otros la oportunidad de hacerlo. En la familia se desprendía de mamá y papá y lo que ellos aclamaban debía respetarse y acatarse. En la academia quienes estaban por encima de mí eran los sujetos con el saber y ante ellos tenía que inclinar mi cabeza vacía de ideas. En el trabajo había que responder lo que el jefe pedía. Hasta en algunos vínculos con pares suponía que lo que sostenía aquel lazo era lo que entregaba de mí y no lo que se armaba en conjunto. 
 
Con los rasgos heredados de los vínculos que me precedían, llegué a BabelPsi listo para acoplarme. Para ser una ramita más. Una parte débil y olvidable que solo podía soñar con fortalecerse de a poco y quizá en algún momento generar algún fruto opaco. ¿No es acaso ese el precio que hay que pagar por pertenecer? ¿Qué podría aportar desde mi carente experiencia y mi joven cabeza con ideas desprolijas y debiluchas? Con un desánimo encriptado, comencé entonces a caminar por BabelPsi. Caminaba mirando hacia arriba con la expectativa de encontrar la copa del árbol y en ella un lugarcito para adherirme. Algo extraño me sucedía, me encontraba perdido. Busqué por un lado y por el otro, no había caso. No se trataba de un árbol, estaba frente a algo distinto. Al principio me asusté, temía ante estas nuevas formas, y lo que luego descubriría como contenedor, primero parecía atemorizante. Lo no conocido siempre remueve aquellos avatares que mantienen nuestro cuerpo en silencio. Cuando salimos de ese adormecimiento, el encuentro con algo distinto puede ser muy perturbador, aun si a lo que estaba acostumbrado era un encierro trágico. Podía solo pensar en árboles y estaba parado frente a algo inefable en aquel entonces. Mi cuerpo en jaque por una luz de cambio que solo se habilitaba por la estructura nueva a la que estaba enfrentado. 
 
Continué con cautela, no me fui de allí, pero tampoco me terminé de asentar en aquel entramado. Por más distinto que me resultaba, algo se sentía bien. De repente ocupaba un lugar diferente, donde lo que tenía para decir era apreciado sin importar de qué estaba hecho. Podía también aprender, no repitiendo algún axioma único e incuestionable, sino elaborando nuevas ideas. 
 
De a poco fue tomando más forma, pero seguía sin convencerme. ¿Qué era? Lo único que sabía era que no era un árbol. Eran como ramas, más bien raíces, pero no enterradas. Se extendía a lo largo, no hacia arriba. Y no podía ubicar cuándo comenzaba. No había un núcleo, no había un punto de partida. Era un entramado que invitaba a acoplarse y de hacerlo iba a ser una parte igual. Solo iba a extender un poquito más aquellas ramificaciones. No había jefes, ni maestros, ni líderes, había roles, sí, pero lo que se transmitía se hacía con respeto y equidad. No había órdenes, sino experiencias. Tampoco expectativas o calificaciones, sino procesos y evolución. No estaba más frente a un árbol, estaba formando parte de un rizoma. Uno grande que tenía hasta la marca de personas que no estaban allí y que me invitaba a formar mi estadía y dejar mi huella. No abandoné mis árboles, al fin y al cabo, es de allí de donde vengo. Sin embargo, sí empecé a cambiarlos, a mostrarles que había otras formas, donde se puede convivir ordenadamente sin lateralidad, sin jerarquías. Inquieto por ver cómo replicar rizomas y no árboles.  

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *