Elaboración de las resistencias y resistencias a la elaboración

Elaboración de las resistencias y resistencias a la elaboración

Gregorio M. Garfinkel 1

1 Médico UBA. Psicoanalista especializado en psicoanálisis individual, vincular, familiar y
multifamiliar. Miembro de Honor de la Asociación Médica Argentina (AMA). Miembro Titular de la Asociación Internacional de Psicoanálisis (IPA). Miembro Fundador de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (ApdeBA). Dirigió su instituto de Formación. Miembro de BabelPsi, Investigador en ataques a la condición humana. Artista Plástico. gregorio.garfinkel30@gmail.com

Palabras clave: Proceso terapéutico; experiencia personal; ética; megamuertes; resistencias.

[…]Los jirones de discernimiento que aquí se ofrecen, laboriosamente obtenidos, pueden parecer poco satisfactorios en sí mismos, pero acaso sean retomados por el trabajo de otros investigadores y el empeño conjunto consiga el logro que es quizá demasiado difícil para un individuo solo.
“A propósito de un caso de neurosis obsesiva” – Introducción.
Freud, 1909.

1. Elaboracion de las resistencias y resistencias a la elaboracion

El concepto de resistencia tiene un origen claro y puntual en la obra de Freud. Su reconocimiento clínico en los orígenes del psicoanálisis lo vinculó estrechamente al autoanálisis. Ambos compartieron el descubrimiento del inconsciente dinámico mediante la resolución de un obstáculo epistemológico –la represión- a partir de la creación de un método adecuado –la interpretación psicoanalítica.
Sin embargo, va a ser en la década del diez al veinte, junto a trascendentales cambios para el psicoanálisis, como la introducción del concepto de narcisismo y los fenómenos identificatorios normales y patológicos, que el concepto resistencia-interpretación se desliga totalmente de la etapa adivinatoria como forma de superar una maniobra defensiva. En 1914, en Recuerdo, repetición y elaboración, el tratamiento psicoanalítico pasa a ser proceso. El descubrimiento de la elaboración, más que un alerta a un prematuro desaliento, señaló desde entonces una compleja problemática: las transformaciones inconscientes de las resistencias. Desde entonces, el concepto de elaboración de las resistencias marca dos claros interrogantes: ¿Cuál es el tiempo necesario en un proceso psicoanalítico para la elaboración y superación de las diferentes configuraciones resistenciales de la estructura psíquica? ¿Y cuál es el rol del analista como favorecedor u obstaculizador de dicha posibilidad?
La estrecha dependencia de ambos factores determinó la búsqueda de indicadores clínicos de la marcha del proceso, para su comprensión, tolerancia y eventual corrección.
Así como ocurrió con la elaboración, las incógnitas renovadamente presentes en la tarea clínica, revitalizaron constantemente el pensamiento psicoanalítico. Mientras el interrogante tiene su origen en la conflictiva habitual, su resolución no parece insuperable aun cuando demande considerable tiempo. Diferente es cuando nuestro pensamiento psicoanalítico enfrenta obstáculos inconscientes, expresión de una conflictiva dependiente de la realidad social, con capacidad de generar intensas modalidades resistenciales en ambos miembros de la pareja analítica.
Esta situación replantea el problema, ya que diferentes resistencias requieren diferentes tiempos de elaboración. Para el tipo de resistencias a las que me refiero, habría dos conclusiones diferentes: o el psicoanálisis, en determinados momentos o períodos, no las puede resolver, o habría que considerar configuraciones resistenciales y elaboraciones que abarcan más de una generación.
Esta última posibilidad parecería vincularse con una patología que se expresa en varias generaciones, a veces con importantes transformaciones sintomáticas, pero que conviene considerar como una unidad. Esto se hizo evidente en situaciones agudamente conflictivas vinculadas al Holocausto y las destructivas explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki que soportó gran parte de la humanidad. Este enfoque complejiza el concepto de neurosis y psicosis traumática en lo individual y colectivo.
Por otro lado, nunca como ahora, la tecnología motivó urgentes planteos éticos. La amenazada existencia de la humanidad, a expensas del desarrollo tecnológico, y la tendencia individual y colectiva a negar esa amenaza, generan esa urgencia. Aparentemente enfrentamos el mismo temor que surgió al inventarse la ballesta o cuando desde un rudimentario avión se arrojaron con la mano pequeñas bombas en la guerra del catorce. Lo que marca la diferencia no está en el temor sino en su vinculación con la irracionalidad.
Hoy ya no se trata como entonces de un temor irracional; es justamente todo lo contrario.
En nuestra época, la irracionalidad se utiliza para negar las evidencias que ahora es técnicamente posible destruir la humanidad. No sólo son nuestros valores los amenazados; concretamente, lo es nuestra existencia física, nuestros cuerpos.
Aun siendo tan grave esta posibilidad, se la debe definir como potencial. Lo realmente peligroso y de plena vigencia a partir del Holocausto y las destrucciones atómicas, son los sucesos que están llevando a su concreción la potencial hecatombe, con su nueva unidad de medida de la locura humana: megamuertes.
La problemática de la alienación en cuanto a supervivencia humana en una dimensión como nunca se vio antes, corresponde al componente perverso presente en los sistemas sociopolíticos, actualmente agudizado. La negación de esa perversión es una peligrosa resistencia individual y colectiva. Esta resistencia, la podemos observar también en sus múltiples transformaciones e inevitables repercusiones en la clínica psicoanalítica, pero sólo si logramos concientizar nuestras propias resistencias como habitantes de este nuestro mundo actual.
Desde el punto de vista social, es posible observar la relación entre perversión y sistemas sociopolíticos contemporáneos, en la táctica, pero progresiva legitimación de la tortura y el asesinato individual y colectivo, aun en países que explícitamente las condenan en sus sistemas jurídicos. Esa transformación perversa afecta negativamente al sector ético de la personalidad a partir del juego proyectivo-introyectivo con aquellos aspectos institucionales sociales de los que se realimenta. Es posible observar en el proceso psicoanalítico, fenómenos disociativos y trastornos en la autoestima, que son resultado de una culpa inconsciente paralizante pudiendo promover confusiones que se racionalizan como dudas existenciales. Tanto éstas como otras diversas manifestaciones de ansiedad, pueden ser resistencialmente adscriptas a sucesos de orden personal o familiar por el paciente, el analista, o ambos.
La complejidad de este conflicto no sólo nos afecta como seres humanos sino nos compromete como psicoanalistas. Lo difícil es definir nuestra ubicación y nuestro rol. Esta dificultad podría plantearse desde dos vertientes. La primera, de orden individual, implica el hecho que ejercer el psicoanálisis no significa estar exento de la negación más arriba señalada. Más aún, el propio ejercicio clínico puede ser usado como refugio resistencial pudiendo dar lugar entonces a consecuencias iatrogénicas. La otra vertiente es de otro orden. Corresponde a la posibilidad de evaluar si están dadas las condiciones elaborativas para definir nuestra ubicación y participación, como comunidad científica. Este enfoque de las resistencias individuales y colectivas, considerando las condiciones para su elaboración, permite no simplificar reduccionistamente la complejidad del problema. Esta simplificación ocurre tanto, cuando se apela a invocaciones panfletarias que soslayan las dificultades, como a paralizantes planteos seudocientíficos que distorsionan el concepto de regla de abstinencia, mediante utópicas afirmaciones de prescindencia ideológica.
El común denominador de ambas manifestaciones resistenciales, sea por apelación, sea por negación, es eludir la dificultad en considerar la ética humana, cuando simultáneamente está comprometida una ética psicoanalítica.
En lo que sigue, no expondré en detalle teorías psicoanalíticas ni haré una revisión bibliográfica sobre los diferentes tópicos aludidos, en particular el de ética. Aunando las características de un simposio con aquellos elementos expositivos que me permitan enfatizar el conflicto expuesto, muchas de mis referencias al tema central, Resistencia y resistencias, serán implícitas para elucidarlas en una tarea de conjunto. En particular, el sentido positivo de una resistencia en determinadas circunstancias, matizando la oposición entre resistencia como mecanismo patológico defensivo y resistencia como defensa útil en el psiquismo humano. Por ejemplo, la dificultad en discriminar determinadas resistencias útiles frente a una patología social, con algunas configuraciones de la nosografía individual.

2. Cuerpo animal y condicion humana: ¿cuántos cuerpos?

Desde la primera presentación de mis ideas en 1987 acerca de las dificultades en pensar aquello que acostumbramos llamar ataques a la condición humana, creí conveniente referirme a la relación mente-cuerpo enfatizando un vértice vincular social. Para ello presenté una clasificación producto de mis investigaciones como psicoanalista.
En aquella oportunidad fui invitado a presentar un relato en un simposio sobre resistencias y lo resistido desde el punto de vista psicoanalítico. Constituyó una importante experiencia personal porque pude realizar una investigación conmovedora para mí en primer lugar y, que provocó algo similar en la audiencia que asistió a dicha presentación.
Más allá de la temática estoy convencido que la redacción con matices autobiográficos de mi relato distribuido con antelación, se sumó positivamente a una presentación diferente a la habitual realizada en conjunto con un historiador y un investigador en artes plásticas. Ambos también presentando materiales conmovedores de ataques a la condición humana que incluían expresiones artísticas, algunas hechas por prisioneros adultos y niños de campos de concentración nazis como testimonios secretos con la esperanza de que se conozca lo que se trataba de ocultar.
El impacto emocional en la concurrencia de psicoanalistas evidenció lo acertado de mi elección intuitiva para la presentación, porque siempre creí imprescindible la vertiente interdisciplinaria para comprender a qué nos referimos como ataques a la condición humana por las inevitables resistencias emocionales. Como lo enfaticé en aquella oportunidad dichas resistencias necesitan más de una generación para observar sus consecuencias e intentar lograr aquello que denominamos comprensión.
Como ejemplo de ello observemos lo ocurrido con los fallidos intentos de nominar el mal denominado Holocausto –grato a los ojos de Dios– o Shoá –destrucción total–, y hasta Jurbán –ruinas sagradas del templo de Jerusalén–, pero también las sesiones de torturas y hasta las ejecuciones justificadas por los considerados correctos juicios, con una legislación que contempla la pena de muerte. Todos ellos plantean importantes problemas éticos con sus respectivas moralidades que las justifican o en las que se apoyan.
En este escrito me referiré a una distinción inherente a aquello que denominamos condición, naturaleza o ser humano como sinónimos, porque lo corporal es utilizado en forma consciente o inconsciente como medio de elección para aquellos ataques desde tiempos inmemoriales. Esta afirmación incluye, fuertemente, el punto de vista antropológico, social y cultural integrada a mi perspectiva como psicoanalista preocupado por las dificultades milenarias ocultas o tergiversadas tras los innegables progresos tecnológicos, porque, hoy más que nunca, amenazan no solo nuestra existencia sino la del planeta entero.
De hecho, pertenecemos al reino animal, pero no cabe duda de nuestra peculiaridad porque, aunque no se conozca con toda exactitud lo que nos distingue dramáticamente de los otros animales, la utilización terminológica de ser, naturaleza o condición –como sinónimos en muchos contextos solo la justifico como licencia de redacción–. Personalmente, creo que al desconocer aún lo ocurrido en esa metamorfosis antropológica, prefiero inclinarme por considerarlo una condición precisamente por los intentos de utilizar lo corporal para lograr inocular en la víctima la creencia de que ello es posible y que se considere inferior en la escala animal, con lo cual “condición” pasa a ser no una referencia sino concretamente una definición con consecuencias éticas.
Retomando ideas del trabajo de 1987 creo necesario considerar el concepto de un cuerpo ético por su especificidad para enfrentar las dificultades en establecer una normativa ética con prescripciones y proscripciones universales que superen las diferentes moralidades observadas.
Comparto la afirmación de Kant de que el objeto de la ética es la noción de persona.

3. Identidad, cuerpo y establishment

– ¿Nacionalidad?
– Argentino.
– ¿Profesión?
– Psicoanalista.
¡Cuántas veces respondí automáticamente estas burocráticas preguntas, cuántas sonreí al hacerlo y cuántas otras me angustié! Dependía del para y por qué de las preguntas. Para mí, de origen judío, la respuesta sobre mi profesión tuvo siempre algo en común con la de mi identidad nacional. No fácil de definir por las complejidades enriquecedoras y los conflictos empobrecedores. Propios y del entorno. Resultante final: a veces inquietantes confusiones, otras estimulantes conclusiones, las más, interrogantes. Nada muy diferente a lo que me ocurre a diario desde hace más de veinticinco años de labor clínica, que con algo más de otra década de diferentes contactos y experiencias con el psicoanálisis, forman gran parte de mi vida.
Pero no fueron sólo los años los que crearon en mí esa comunidad de respuesta. Más bien, el paso del tiempo ayudó a interesarme y descubrir un punto también coincidente. Ser judío o psicoanalista requiere del estudio y el conocimiento tanto para resolver la ignorancia como para enfrentar el prejuicio. Lo que para una disciplina científica parece natural –estudio y conocimiento- resulta válido y necesario para la identidad judía y principalmente para un judío. Es que o se la conoce con toda su complejidad o es una carga. Prácticamente no hay otra alternativa, salvo la de negar con cualquier variante que se la vive como una carga.
Demasiados siglos de persecuciones y prejuicios, demasiados siglos de reemplazar territorio por religión o tradición plantean esta curiosa disyuntiva. La misma para quien se acerque a comprender el psiquismo humano y su conflictiva inconsciente. También con una larga historia de prejuicios y persecuciones en un territorio mítico y fantasmal, no por eso menos existente.
En ambas situaciones, las resistencias inconscientes al conocimiento inherente y el dolor psíquico que inevitablemente acompaña el logro de dicho conocimiento, llevan a un planteo diferente al incremento por simple información. Ese obstáculo epistemológico resistencial señala el lugar del psicoanálisis.
Por ejemplo, para un futuro psicoanalista, el psicoanálisis de las resistencias sigue siendo tan fundante como en su oportunidad lo que fue el autoanálisis para Freud. La homologación es aún más completa al observar, más allá de cualquier postura teórica sobre contratransferencia, que el autoanálisis de las resistencias está presente (o debería estarlo) en cualquier intervención del analista. La investigación clínica se alimenta tanto de lo observado en el paciente como en el propio analista. Aislarlas es un artificio o un error.
Enfrentar la ignorancia cuando está determinada y sostenida por el prejuicio social como maniobra evitativa del dolor psíquico, es una ardua tarea en cualquier contexto, y un tema que espera mayores aportes del psicoanálisis. Diversos fenómenos clínicos y culturales evidencian su vinculación con esas resistencias sociales e intentos de elaboración o temporario fracaso.
El establishment refleja en oportunidades, cuando no es directamente responsable, estas evidencias, que muchas veces tienen una particular relación con el pasado, tolerado o no.

4. Algunas anécdotas de viaje

Estando en Nueva York y a punto de partir hacia París, pude improvisar un encuentro con un sobreviviente de los campos de concentración nazis, tema del que me ocupo desde hace algunos años. Una serie de circunstancias desfavorables, debidas a la premura y agravadas por algunos malentendidos, me permitieron comprender vivencialmente con qué facilidad se pueden tergiversar significantes, que impiden una adecuada evaluación de esas personas, exponentes de lo inconcebible, a partir de resistencias de uno y otro lado.
Frisando los sesenta y algo, esa elegante y un tanto displicente mujer aún conservaba de su juventud rasgos de una singular belleza. Por sus modales y propuestas en las que no faltaban ecos de popularidad televisiva y periodística rubricadas por destacadas personalidades del mundo científico, artístico y político, podría pasar fácilmente por una madura y un tanto cansada actriz algo venida a menos. Las tres personas que la recibimos, de diferente origen y mentalidad, terminamos igualmente irritadas.
Además, me sentí confundido. En diferentes países y ocasiones tuve oportunidad de hablar con sobrevivientes del Holocausto, pero ésa era la primera vez en que me sentía así. Por una extraña casualidad, esa impresión se incrementó aún más, cuando esa noche en forma totalmente inesperada, conocí una pareja de sobrevivientes, la mujer proveniente del mismo campo de concentración que aquella otra. Ese encuentro y diálogo, sí coincidían con mis anteriores experiencias. Un largo tiempo de elaboración me permitió finalmente comprender buena parte de lo ocurrido. 
Diferentes razones y situaciones en las que el establishment jugó un rol preponderante, permitieron a la primera no sólo sobrevivir sino generar una suerte de caracteropatía mimetizante con ese establishment a través de fenómenos de adaptación y sobreadaptación. 
Así como bajo su ancho y tallado brazalete quedaba oculto su número de prisionera tatuado en el brazo, único testimonio corporal visible, así, tras esa imagen y apariencia señalada quedaba oculto lo que develaba en uno de sus libros. La muchacha húngara que el día de su vigésimo cumpleaños fuera enviada junto a su madre, cuatro hermanas y un hermano en un vagón de ganado a Auschwitz. Que fuera seleccionada en el mismo andén por el siempre impecable Mengele, quien con un gesto de su vara indicaba a derecha o izquierda, vida o muerte. Para ella, vida en condiciones de subespecie humana, mientras observaba cómo en la misma selección, su madre (“por demasiado vieja”) y su hermana menos (“por demasiado joven”) eran enviadas directamente a las cámaras de gas. Ese día que arribamos a Auschwitz había demasiada gente para ser cremada, por lo que los cuatro crematorios no daban abasto. Entonces los alemanes hicieron grandes fogatas donde arrojaron los cuerpos de los niños. ¿Vivos? No lo sé. Yo vi las llamas, oí los gritos. ¿Habrá muerto así mi hermanita?
Desnudadas, rapadas, debieron volver a reconocerse. Tenían ya otra identidad. No voy a entrar en más detalles de aquel encuentro ni de las conclusiones a la que arribé. Pero si me guiara por aquella primera impresión e interrogara desde el establishment, ¿sería ésta la respuesta?…
¿Nacionalidad?
Norteamericana por sobreadaptación.
¿Profesión?
Sobreviviente.
Sí, ésta podría ser la respuesta usando como negación lo que en ese país equivale muchas veces a “éxito”, quedando oculta la persona que sufrió esa experiencia y dedicó gran parte de su vida a dar testimonio de los campos de concentración a través de libros, entrevistas, conferencias, para evitar su repetición. A veces se me acercan chicos y adultos para tocarme. Quieren tocar a alguien que realmente estuvo allí. Nada muy diferente a lo que harían con una actriz, un personaje deportivo o un astronauta.
En aquella entrevista podría visualizarse irritativamente una winner o hasta una fenicia comerciante, pero no la profanación de más acá o más allá del horror. Sea este recuerdo mi homenaje a su labor y a lo que simboliza: millones de adultos y un millón y medio de niños torturados y asesinados en aquellos campos… de transformación.
Pero sigamos por ahora a París. Un circuito previsible: Notre Dame, conjugando lo gótico en su pretensión de hacernos sentir empequeñecidos vivencialmente a través de su arquitectura, lo que nos permite un enlace con un pasado en que lo importante era exaltar la pequeñez de lo humano frente a lo sagrado; los hermosos conciertos que es posible oír en su interior, donde también se puede recordar el mito sobre la justicia, la belleza y el amor. ¿Quién no tiene presente a Esmeralda y el Jorobado que vencen el escarnio y la tortura, la ambición y la injusticia, cuyos cuerpos generan admiración o rechazo, burla o conmiseración? Cuerpo, amor y justicia. 
Orientados por un cartelito no demasiado visible: “Monumento a la deportación” se accede al lado opuesto de la catedral. También aquí la arquitectura fue utilizada como mensaje vivencial de una época. Sobriamente, se intenta recrear algo del horror de la última guerra, en la que no se perdía sólo la libertad sino también la condición humana. 
En bulliciosas calles comerciales o deliciosas callejas, también es posible ver señales que recuerdan esa época. Pequeñas placas de bronce: “Aquí el día… fue fusilado…”. A veces se agrega el motivo, otras no. Como en una escuela de Le Marais, en cuyo frente hay uno que dice:
“De esta escuela el día… fueron llevados 165 niños a los campos de…”. Favorecidos por la hermosa imagen de esta escuela, con bulliciosos niños como en cualquier otra parte del mundo, esos cartelitos, salvo para algunos turistas, forman ya parte del paisaje.
En otro tipo de relación, el pasado está presente en el remodelado Les Halles o el modernísimo de Pompidou. Pero aquí conjugados para resistir de otra manera el paso del tiempo y del olvido.
¿Profesión?
Saltimbanqui y faquir, tragasables, lanzallamas.
Con mucho de circense, junto con algo del pasado se nos posibilita recobrar algo del asombro infantil. Enmarcado por un lenguaje ampuloso o burlón, el faquir se acuesta sobre múltiples fragmentos de vidrio o una cama de clavos punzantes sin sufrir daño alguno. Lo mismo el tragasables, o el “dragón humano” lanzando fuego por su boca sin quemarse. El cuerpo humano expuesto a ser atravesado, quemado, saliendo increíblemente indemne, mientras con una antigua treta otro saltimbanqui logra la risa general porque con el cuento del lugar privilegiado para una fotografía nos hace pagar unos francos de más. Nos reímos todos; la burla por la ilusión de privilegio también forma parte del espectáculo. La foto lo vale y la reflexión también.
Curiosa profesión. Arte y espectáculo. Cuerpo y espectacularidad. Personas que usan su cuerpo para retener un viejo arte hoy convertido en oficio. 
Desde hace casi dos décadas se acentuó en el mundo artístico un tipo de exhibición conocida como Body Art o Performance. El cuerpo es su principal protagonista. Arte del cuerpo y presentación o suceso. En él no se representa, se presenta, ocurre. Se trata de una oposición a las expresiones de arte hasta ahí consideradas tradicionales. La búsqueda de una creación inédita y un arte sin intermediación. El artista es su obra. La creatividad debe desligarse de la repetición.
El tiempo y el arte tienen curiosas relaciones. Con el nombre de Minimal Art, se trató de hallar las mínimas expresiones de arte. Por ejemplo, se podía ver hace unos años en el Museo de Arte Moderno de Nueva York un fósforo atado con una soguita. Este museo, cuyo principio rector es adquirir lo más novedoso en arte, buscó deshacerse después de un tiempo de considerables piezas del Minimal Art, porque si bien fueron inéditas como expresión, no perduraron lo suficiente para ser sancionadas como arte. Para ser considerado arte, también se necesita cierta perdurabilidad, cierta tradición. Del Body Art, haré referencia a tres ejemplos. En una exhibición hubo acuerdo sobre un premio y discusión sobre otro. El acuerdo correspondía a una pared a la que un colorido grupo de personas pintaba constantemente de blanco. Días y días. El discutido segundo premio fue por una persona que estuvo arrodillada cerca de un almohadón en el que había colocado un pequeño animal muerto. Un grupo renovado de visitantes formó inicialmente un círculo estrecho que se fue ampliando a medida que la descomposición del animalito se acentuó, para volver con el paso de los días a cerrarse al ir quedando osamenta.
Hace unos años en Japón, en una muestra de arte contemporáneo, era posible observar a la altura de los ojos, entre la diversidad de objetos exhibidos, un madero suspendido del techo del que a su vez pendía un hombre desnudo, a veces boca abajo, otras boca arriba. Para mantenerlo así, del madero salían sogas que terminaban en anzuelos que atravesaban el cuerpo y los miembros de ese hombre que no evidenciaban muestras de dolor. Impactado me pregunté, ¿cuál era el espectáculo? ¿Ese hombre o los visitantes que lo observaban enfocando las sofisticadas cámaras fotográficas o de video?
Ese hombre usó para mantenerse en esa posición el mismo principio físico que el faquir de París: la suma de anzuelos le permitía ofrecer una resistencia al desgarro. Pero la diferencia era evidente. El faquir del Pompidou usa la suma de las punzantes pequeñas superficies para que en conjunto sirvan de superficie resistente de apoyo e impidan de esa manera la acción que cada una de ellas podría provocar por separado. Se apoya, pero sin perforar su cuerpo. 
La propuesta del hombre en Japón era radicalmente diferente. Intentaba eludir en su mensaje estético toda tradición y toda representación. Muchos de los cultores del Body Art, que paradojalmente tiene una larga historia, prácticamente contemporánea a la del cinematógrafo (1895), intentan lograr una comunicación de inconsciente a inconsciente. “No solamente percepción visual, cuerpo, y cuerpo y sangre”.
Personalmente, la imagen de este hombre y su entorno en el interior de una sala de exhibición en el Japón post-atómico, país de agudos contrastes entre severa tradición milenaria y modernísima tecnología, introducida ésta, reparativamente, por el propio país que provocó la hecatombe atómica, me sugirió una unidad semántica del valor simbólico.
No sé si el autor-obra estaría de acuerdo conmigo, aunque sea parcialmente. Pero hace mucho comprendí que cualquier expresión artística posee su valor renovadamente creativo, independientemente de lo que su autor y la crítica especializada definen linealmente como su motivación o intención. Tampoco mi comprensión me parece una verdad inmutable. En eso mi oficio tiene una función que me preserva de idealizaciones narcisistas que proveen verdades a ultranza. 
Un hombre pendiente de un madero con su cuerpo atravesado por hierros, sin hilos, y con la corrección de perspectiva como la hizo Dalí, Cristo.
Un madero que puede movilizarse y hacerlo simultáneamente con un ser humano pendiente de sus hilos: una marioneta humana. Un esclavo.
Un cuerpo humano desnudo que mediante una simple y rudimentaria tecnología es expuesto en su natural identidad corporal, desde todos los ángulos en que el espectador –otro ser humano, un semejante- desee, pero en una situación tal, que tanto para prenderse como para desprenderse de ella, depende totalmente de otro ser humano, quizás el propio espectador. Sugiere mucho más. Identidad de especie y semejanza más allá del ropaje, en diferentes situaciones en que nos colocamos o nos colocan nuestros semejantes. Con vínculos y significados no siempre visibles, a pesar de la necesaria y profunda interdependencia humana, que cuando queda disociada o negada, nos transforma en actores y espectadores. ¿Por qué hice esta interpretación a partir de concebir una propuesta artística como una unidad semántica? Prefiero explicarlo con cierto detalle porque es un tema profundamente vinculado a resistencia y resistencias, aunque en relación a la comunicación y al aprendizaje. 
Comencemos por mis resistencias. Frente al impacto emocional que provoca la visión inesperada de un hombre dañado y expuesto al parecer indiferentemente, aunque el contexto denote “arte” y sea corroborado por la propuesta del autor-obra, la resolución más útil para mi ansiedad, desde el punto de vista defensivo, sería hacer una correcta evaluación de la patología mental individual del exhibido y de los organizadores de la muestra. Sin embargo, esta visión “en profundidad” sería resistencial y superficial, para otro tipo de mensaje quizás más importante pero difícil de tolerar. 
Al recurrir a una interpretación de algo inhabitual a través de mi “oficio” estaría tratando de restablecerme de una cierta desorganización yoica momentánea, recurriendo a lo cotidiano, a lo habitual. Pero además, esta maniobra evitativa correspondería al sector traumáticamente afectado: el ético-corporal. Quisiera ahondar la explicación. Frente a esta propuesta dolorosamente percibida e inconscientemente comprendida, mi respuesta humana de participante se transformaría instantáneamente en la del espectador “profesional”. Su contenido de violencia suicida, parcialmente lograda a través de un sadomasoquismo, podría considerarlo racionalizado por su autor, como arte y creatividad. Mi concepción psicoanalítica de creatividad, se basa en la capacidad simbólica producto de la resolución exitosa conflictual, por lo cual aquella sería una alineada expresión negada como tal. La presencia patológica de procesos primarios en lugar de la simbolización, me facilitaría esa comprensión válida, pero resistencial.
Tolerada mi ansiedad, y sin contradecir mis conocimientos nosográficos, encaré la relación procesos primarios-secundarios desde otra vertiente.
Si no hubiera logrado este segundo paso elaborativo, la riqueza conceptual psicoanalítica, resistencialmente utilizada (como a veces ocurre en el consultorio), transformaría aquellos conceptos en “leyes ópticas”, tan indiferentes a un mensaje como lo eran las lentes de la cámara fotográfica en aquella exposición. Reproducían aspectos de la realidad, pero sin comprender los significados humanos conscientes e inconscientes. El establishment psicoanalítico en su aspecto resistencial me daría opción a esta paradoja. Probablemente ocurra más de lo que se supone. 
No creo en esencia diferente el mensaje del artista del Body Art al que Eisenstein expresó en 1924 en La Huelga. Eisenstein, que por aquel entonces estudiaba japonés, logró la transmisión de complejos mensajes a través del cine mudo, utilizando para el montaje de sus películas de una manera muy simple la dinámica contenida en los ideogramas del idioma japonés. Dos conceptos yuxtapuestos generan un tercero; ejemplo: ojo + agua = llorar.
El contenido ideológico que le encargaron, la sangrienta represión zarista de una huelga obrera, fue plasmado por Eisenstein según sus palabras yendo de la imagen al sentimiento y del sentimiento a la idea. Aunque hubo quienes lo consideraron un puñetazo visual, insólito y pueril a la vez. Creo que logró mucho más de lo que los ideólogos y quizás su propia propuesta consciente deseaban, como se evidenció posteriormente cuando por innovaciones semejantes y por su deseo de hacer más arte que política lo obligaron a una humillante retractación pública de la ideología de muchas de sus obras, como en su oportunidad la Inquisición lo hizo con Galileo.
Eisenstein (que leyó a Freud y pensó en ir a Viena y ser psicoanalista) hizo en esa película una rápida alternancia de escenas de brutalidad represiva y otras de la actividad cotidiana en un matadero con sangrientas reses sacrificadas. ¿Hay manera más simple y clara de transmitir a un púbico, en su mayoría analfabeto, la violencia humana como una carnicería? ¿No usamos hoy en día esa misma expresión? Algo similar utilizó Paulo Freire como técnica pedagógica. 
Volvamos entonces a reconsiderar la propuesta del artista del Body Art, en una posible alusión simultánea a Cristo, la marioneta humana, y la dependencia en cuanto a ubicación y distribución de roles como actores y espectadores.
Cristo. Recuerdo que alguien señaló como doloroso reconocimiento de la estupidez humana, una cruel ironía generada por el fanatismo religioso: siendo Cristo de origen, educación y religión judía, y bajo la acusación de que los judíos crucificaron a Cristo, desde hace dos mil años en su nombre se crucificó a los judíos. Desconociendo el no matarás y no cuestionando como parecería lógico la pena de muerte o la crucifixión, habituales en aquel entonces.
Si observamos la manera en que los sistemas sociopolíticos se aunaron al fanatismo religioso en su componente común de ataque a la verdad, no creo exagerada esa reflexión. Inquisición, sombreros y marcas infamantes, exilios obligados y expulsiones violentas, residencias en lugares considerados desvalorizados y de permisos periódicamente renovables, prohibición de estudiar, de realizar profesiones consideradas dignas salvo que fueran de utilidad al gobierno de turno, pogroms con cientos o miles de hombres, mujeres y niños muertos o humillados bajo acusaciones de asesinatos rituales de niños católicos, y finalmente el Holocausto. Apenas un escueto resumen de una milenaria historia que, estudiada, revela lo resistencial desde distintas perspectivas. 
Hasta que me lo pude explicar, siempre me sorprendió que analistas judíos y no judíos desconocieran en detalle este aspecto de la historia de la humanidad. En cambio, coexistente con una conocida identidad gastronómica del guefilte fish y alguna que otra cena en una boda o festividad tradicional, de la que tampoco conocen más que una limitada versión religiosa o melancólica, pude comprobar un cierto nivel prejuicioso que adopta distintas variantes y es fóbicamente evitado en cuanto a su reconocimiento como tal. Es en un todo similar a lo que se puede observar en otras personas o comunidades científicas que investigan fenómenos humanos. 
No creo que sea simple ignorancia por falta de información ni la resultante de prejuicios individuales, sino más bien la suma de factores personales y sociales que explican, a mi juicio, un fenómeno resistencial. Sólo con observar que la comunidad psicoanalítica tardó más de cuarenta años en estudiar en un Congreso Internacional el fenómeno del Holocausto y las masacres atómicas, es posible considerar otro ángulo de reflexión. No creo ajena a esta lenta dificultad elaborativa el hecho que, incluyendo la casi milagrosa salvación de Freud (aunque no de sus cuatro hermanas), los iniciadores del psicoanálisis, así como sus actuales miembros, sean de origen judío o no, han sufrido los efectos inmediatos o mediatos de aquellos acontecimientos.
Cristo como símbolo de marioneta humana. Una marioneta humana. No, no se trata de una alusión al simpático Pinocho. Aunque éste en sus orígenes fue también un simple trozo de madera, concebido también por un carpintero. Y es recompensado con la condición humana solo cuando en esa desexualizada historia de suficientes pruebas de principios éticos humanos: amor filial, renuncia al egoísmo, voracidad, ambición, fácil goce y envidia, y básicamente no vacilar en sacrificar su vida para salvar la de su objeto fundante. Muy ayudado por Pepe Grillo, su conciencia, y la infaltable y asexual Hada, todos reciben un justo premio: Gepetto, la esperanzada compañía de un hijo para su solitaria vejez; Pepe Grillo y el Hada, otro éxito profesional; Pinocho, la humanización corporal como niño varón (lo ético ya lo tenía). Su sexo hasta aquí, era sólo una alusión funcional eréctil de una nariz visible, aunque invertida en su capacidad de generar culpa y vergüenza. Castigando con la erección la mentira (la maldad), y premiando con la impotencia la verdad (bondad). Ahora esta púdicamente oculto en sus humanos pantaloncitos, mientras la nariz, estática y libre ya de complicaciones éticas, puede seguir expuesta y elevarse orgullosamente como un elemento muy importante de la identidad humana, el rostro. 
No. Creo que la marioneta humana viva y desnuda en ese Japón post-atómico nos habla de otro cuento, inmoral y mucho más antiguo que el de Pinocho o la historia de Cristo, y que éste sin duda simboliza, en tanto martirio y ensañamiento. Si, el ser humano ha demostrado desde muy antiguo que es capaz de matar a un semejante o transformarlo en una marioneta al reducirlo a la esclavitud. El ser humano realiza ambos ataques a la condición humana en base a principios éticos que luchan oponiéndose a otros principios éticos. La esclavitud humana, manifiesta o latente, corporal o ideológica, no puede llevarse a cabo sino en base a la invocación de principios éticos. 
Del cuento Pinocho la nariz volvió a ser signo vergonzante, éticamente hablando, en una confusa superposición de conceptos corporales y cientificismo degradante. Esto ocurrió en nuestro siglo por una sola letra agregada y una compleja interpretación conceptual perversa: ético pasó a buscarse en lo étnico. Sólo que en esta “científica” comprensión de la selección del más apto, la nariz judía y otros rasgos fueron los claros signos identificatorios aptos para perder la condición humana, con la muerte o los campos de concentración. 
Dentro de los cultores del Body Art hubo tendencias y estilos. Algunos sin duda son expresiones sadomasoquistas, que hasta llegaron a costar alguna vida a sus autores. Otros, como Joseph Beuys, fundador del Movimiento Verde, intentaron otro tipo de resultados, Beuys, que anteriormente fue científico, ideó la “escultura social”, que consiste en discusiones entre personas de todos los órdenes, una asamblea donde cada grupo ponga lo mejor y coincidente predominando sobre lo divergente. Él lo explica como su “antropológica visión del arte”, como fenómeno encaminado a soldar la brecha entre dos soledades: la del propio arte, que habita en nichos y la del individuo que vive encerrado en su trabajo y en sus “ocupaciones”. Postula, enfatizando su explícito rechazo a la violencia física, un cambio basado en la transformación no violenta a partir de dos premisas: 1) la persona es inviolable e intangible, y 2) el empleo de la violencia no sirve sino para identificarse con aquellas sociedades que se desea modificar. Cuando se le preguntó cómo haría para conquistar las masas, su respuesta fue que ese era un objetivo que buscan los políticos, pero no él. Su objetivo, de “mayor plazo”, consiste en crear una cadena incesante de personas que conversen en grupos y los grupos entre sí. 
No quisiera dejar esta referencia al Body Art sin volver al discutido premio del hombre con el animalito muerto, y lo acontecido antes y después de la putrefacción. ¿Fue el hedor o la muerte con sus transformaciones lo que provocó el alejamiento? ¿Qué volvió a agrupar al público? La respuesta podría parecer simple. Pero debemos recordar que los huesos no son siempre considerados testimonio de la muerte. Basta recorrer santuarios para ello, donde negando su sentido testimonial como opuesto a la vida son venerados por su perdurabilidad, ahora asociada a la eternidad. La osamenta humana, desaparecido lo rechazante de la muerte con sus inapelables transformaciones deteriorantes y progresivas desapariciones de la identidad corporal, termina por demostrar que es lo más resistente del ser humano. Como las rocas, las montañas o las simples piedras, los huesos y algunas convicciones del sector ideológico de nuestra personalidad, parecen por su resistencia, ser eternas. 
Mas allá de la búsqueda de lo inédito, si se le preguntara desde el establishment al hombre expuesto en Japón, ¿sería ésta la respuesta?
¿Profesión?
Artista.
 
¿Y si incluyéramos al público?
¿Actividad?
Espectador.
Sí, la relación entre cuerpo, espectáculo y profesión es antigua y compleja. Pero aún no hemos hablado de una profesión profundamente unida al espectáculo que desde tiempos remotos fue respetable, y a veces hasta destacada por su función social. Sólo la reduciré por ahora a su presentación. 
¿Profesión?
Verdugo. Torturador
¿Y si incluyéramos al público?
¿Actividad?
Espectador de ejecuciones, con o sin torturas, voluntaria u obligadamente.

5. El cuarto cuerpo

En psicoanálisis el cuerpo es un concepto límite, como el de sexualidad, dolor o narcisismo. O el de resistencia.
Me resultó útil pensar en un cuarto cuerpo para reflexionar sobre expresiones individuales o colectivas de crueldad, que evidencian deletéreos aspectos del narcisismo y replantean la complejidad de la relación resistencia-defensa. Las de violencia social colectiva muestran en la clínica un marcado desnivel. Hay mucha más experiencia con aquéllos que fueron víctimas de la violencia que con quienes la han ejecutado.
Este dato estadístico es algo más que una casuística. La falta de concurrencia de quienes ejercieron ese tipo de crueldad indica un implícito reconocimiento ético-ideológico respecto al psicoanálisis.
Es cierto que el psicoanálisis pretende ser una ciencia y no una ideología, pero considerando la permanente lucha entre tendencias opuestas en el sector ético de la personalidad, esta lucha y su resultado configuran un sustrato ideológico.
Lo que denominamos “búsqueda de la verdad” a través del difícil y doloroso proceso de integración, mediante su concientización en un diálogo, señala una ideología basada en las posibilidades de control por esos medios, de aspectos destructivos de la personalidad. Si se tiene en cuenta la presencia permanente del autoanálisis para lograr dicho conocimiento y control, esta ideología es válida tanto para el paciente como para el analista. La regla de abstinencia es necesaria por las resistencias reconocidas en ese esfuerzo común desde hace mucho tiempo, y no implica la supresión, sino que confirma, un uso instrumental de dicha ideología.
Diferenciando su objeto y método especifico, el sustrato ideológico psicoanalítico tiene bastante en común con el de la escultura social de Beuys, de progresiva integración y cooperación, con renuncia a la estructura de poder político de dominio por la de capacitación colectiva, incluyendo las dos premisas con respecto a la violencia física y posibilidades de identificación con respecto a la violencia en general.
La idea de un cuarto cuerpo como modelo instrumental surgió en mí cuando quise diferenciar fenómenos de estructura sadomasoquista que podían utilizar elementos eróticos como deformación resistencial, con aquéllos que debían ser considerados desde una perspectiva ético-narcisista de vida y muerte en cuanto especie humana, y no de vínculos erótico-destructivos de la estructura edípica. A pesar de que el cuerpo humano tiene una vieja historia en común con la biología, el arte, el sexo, la crueldad y los planteos morales, me resultó útil una división con cierta cronología temática para pensar sobre esta difícil área. No me detendré en la justificación de este modelo ni en los rendimientos posibles del mismo, sino en facilitar su introducción y comprensión. El cuarto cuerpo, al que denominaré ético, está precedido por otros tres: el biológico, el estético y el erótico.
El biológico abarca lo que desde ese punto de vista conocemos como ciclo vital: nacimiento, desarrollo mediante funciones e intercambios incorporativos y evacuativos, reproducción, salud o enfermedad, vejez, deterioro y muerte. El estético es el que fue utilizado desde siempre por las infinitas y multifacéticas expresiones de la fantasía creativa artística, o como expresión testimonial, sea costumbrista o de otro tipo.
El tercer cuerpo, el erótico, sería el que aportó el psicoanálisis. Obviamente las experiencias y expresiones eróticas tienen tanta antigüedad como los otros “dos” cuerpos. Por el concepto ampliado de sexualidad, el de erogeneidad micro y macroscópica, y fundamentalmente el complejo de Edipo como ordenador o generador de la sexualidad humana más allá de la animal biológica, con profundas vinculaciones con la civilización y la cultura, es de reciente data a partir del psicoanálisis.
Fue el cuarto cuerpo, que llamé ético, el que me permitió comprender la utilización perversa del cuerpo humano como elemento apropiado para lograr re-estructuraciones psíquicas que favorezcan un nivel de alineación de la condición humana.
En este cuerpo se dirime, en último término, la tolerancia a la concepción de muerte natural como miembro de una especie. La conjunción de intensas ansiedades y defensas se expresa, directa o desplazadamente, en lo que conocemos como valores e ideales, que pretenden preservar la vida oponiéndose a otros valores e ideales.
La intolerancia en el área narcisista omnipotente al doloroso sentimiento de inermidad e incertidumbre frente a la muerte, provoca en cambio, por la amenaza a su estructura, un intenso sentimiento de frustración. Por una transformación megalomaníaca-paranoica la frustración es registrada como agravio e injusticia, ya que la muerte, negada como acontecimiento humano y condición de especie, aparece como un objeto omnipotente que mediante el ensañamiento demuestra su superioridad destruyendo el cuerpo y sus investiduras narcisistas.
Ese poder y capacidad generan en dicha área narcisista una profunda envidia y deseo de identificación con dicho objeto. En cambio, la condición humana y los sentimientos inherentes a dicha condición, son considerados inferiores e imperfectos, porque no pueden evitar la caótica desorganización que la potencial pérdida de las investiduras corporales acarrea a la concepción de indestructibilidad e inmortalidad del área narcisista omnipotente.
La identificación maníaca con la muerte como objeto superior, del cual la condición humana depende inexorablemente, implica la creación de una sub-especie en la que puedan ser identificados proyectivamente los sentimientos escindidos de dicha condición, así como la frustración, agravio, injusticia y finalmente el sentimiento de inferioridad y envidia.
Por medio del prejuicio como certeza delirante, se alucina esa sub-especie semejante. Es vivenciada como juicio correcto de la realidad por la desaparición interna de la amenaza caótica, de la que se hace responsable en la realidad externa, a la sub-especie. Las demandas de reconocimiento de semejanza y del prejuicio, son consideradas como un ataque destructivo envidioso de dicha sub-especie por lo que las medidas contra esas demandas, son vivenciadas como justas y no como venganza y repudio frente a un testimonio de condición humana. La condición de existencia del prejuicio es impedir cualquier posibilidad de alteración de dicha concepción.
El ordenamiento valorativo ideológico verticalizado, es la característica del cuerpo ético. Bueno y malo son percibidos como superior e inferior. Ya desde la antigüedad esta verticalización era conocida como intrínseca al pensamiento religioso, mítico, filosófico, etc. En general corresponde a un pensamiento mágico-animista que indiscrimina las sensaciones y percepciones corporales y las del entorno. Basta un simple experimento en una reunión de amigos para hacerlo evidente. Cuando se pregunta dónde estaría lo sublime, nadie deja de aludir, señalar o mirar hacia arriba. Cuando se pregunta por lo denigrado, nadie lo va a ubicar sino abajo.
Pero, aunque este tipo de valorización afectiva verticalizada es la característica del cuerpo ético, el sentimiento de amenaza y frustración del área narcisista omnipotente –resulta tal como lo señalé más arriba, por la transformación megalomaníaca en sentimiento de injusticia y sus consecuencias– genera, para su mantenimiento resistencial, una imaginaria línea horizontal. Esta escisión es la característica del prejuicio.
Esta línea horizontal permite la constitución de la noción de “sub-especie-semejante” que mediante la dialéctica injusticia-justicia posibilitará en último término la de verdugo-víctima. O sea, para negar la percepción de semejante como miembro de la especie, se utiliza el eje vertical del cuerpo ético como patrón de medida de dicha percepción, lo que permite alucinar una “sub” especie. Al igual que lo señalado con los huesos como testimonio de la muerte transformado en símbolo de eternidad, los testimonios corporales en el cuerpo ético, pueden ser transformados de semejante en supra o sub-semejante. Esta transformación interpretada como ley natural, divina o jurídica, permite que diferencias que indican complementariedad e interdependencia sin ninguna otra jerarquización, sufran un reordenamiento que posibilite el ejercicio atentatorio contra dicha complementariedad e interdependencia que oscila en sus extremos esquemáticos, entre visión despectiva megalomaníaca, hasta esclavitud, ensañamiento o muerte.

6. Comentarios sobre un enfoque metodológico

Muchas de mis conclusiones tienen su origen o estímulo en el proceso psicoanalítico, en el que pude observar la estructuración de determinadas fantasías inconscientes en el vector transferencia-contratransferencia, como la repercusión en dicho vector, de situaciones sociales de diferentes épocas. Para profundizar la investigación necesité ampliar la base empírica operacional, que, además de la clínica, me permitieran superar aislamientos obstaculizadores. Esta ampliación me facilito el enlace de elementos disociados o desplazados del concepto de “condición humana”.
Cabría la pregunta sobre la utilidad de este enfoque. Mi respuesta es que aún permanece a oscuras buena parte del vector filogenético de las series complementarias. La noción de series complementarias es la estructura básica de cualquier teoría psicoanalítica, como la de la transferencia, sueño, síntoma o cualquier otro aspecto del psiquismo humano. El psicoanálisis opera interpretando (significando) la relación: predeterminado-accidental. El reconocimiento de esa relación temporo-espacial se aplica a su metodología de investigación y tratamiento: pasado-presente, interno-externo. Es la clásica formulación de que un síntoma se produce por un enlace entre fijación y un elemento actual accidental, y que dicha fijación es explicable por la amalgama de lo ontogenético y lo filogenético.
Cada uno de los elementos de la serie complementaria tuvo su propia historia evolutiva en la investigación psicoanalítica. Para considerarla psicoanalítica, fue necesario adecuar el método al sector e investigar, lo que necesariamente introdujo cambios técnicos y de encuadre, aunque sin renunciar a los principios básicos del psicoanálisis.
Tal como M. Klein resolvió progresivamente las dificultades técnicas y de encuadre para investigar en el proceso psicoanalítico el vector ontogenético, se verá que a pesar de lo complejo de la investigación del filogenético, no debemos renunciar a su elucidación, porque al igual que el análisis de niños puede ayudar a importantes progresos teórico-clínicos.
Un mínimo sector del vector filogenético fue posible de visualizar a través de emergentes del análisis de niños y psicóticos. Con diferentes aproximaciones y métodos, pero respondiendo a la necesidad de posibilitar los respectivos tratamientos psicoanalíticos, fue posible concluir que existe sintomatología y una patología que puede denominarse intergeneracional, y que no es posible abordar ni comprender dicha patología sin considerar dicha interacción, porque puede conducir, en el peor de los sentidos, a resultados iatrogénicos o a análisis interminables.
Este es un punto fundamental que espero se aborde en una tarea de conjunto por lo que no me extenderé más en él.
Aun cuando lo dicho hasta aquí y lo que sigue adopten la característica de una afirmación, estas ideas son hipótesis que conservan plenamente su sentido de interrogante.
Creo haber enfatizado de diferentes maneras y estilos el eje conflictivo que propongo elucidar. No hay duda que otras especies biológicas evidencian expresiones de crueldad y violencia que a nuestros humanos ojos parecen idénticos o muy similares a los nuestros. Quizás lo sean. Pero, lamentablemente, el ser humano, que aún no sabe curar un resfrío, es la única especie que es capaz de hacer desaparecer a todas las restantes por el mal uso del progreso tecnológico a expensas del socio-político. Es capaz de hacerlo, aunque megalomaníacamente crea que no es tan tonto como para autodestruirse.

7. Establishment y dialectica – verdugo, victima, testigo

Freud, Klein, Lacan, Bion, Aulagnier, Winnicott, etc., como cualquier otro investigador psicoanalítico, ineludiblemente debieron especular sobre lo que antecede al nacimiento de un bebé y lo predetermina psicológicamente en mayor o menor escala. Dos razones hacen imprescindible este enfoque. El primero corresponde al señalado con respecto a las series complementarias. El segundo, es que para teorizar sobre la estructuración normal y patológica del narcisismo, es necesario puntualizar el origen y desarrollo de aquello que llamamos yo.
La dificultad no está en postular un origen del yo en una psicología evolutiva, sino en la convergencia del origen de un yo y un conflicto psicoanalíticamente comprendido de aquello que lo antecede. La manera como se estructura la percepción intrapsíquica de la relación vincular externa e interna es fundamental. De ello depende el desarrollo posterior del vector ontogenético predeterminado, hasta que llega el paciente al proceso psicoanalítico.
Pese a haber utilizado muchos conceptos de la teoría de Lacan, P. Aulagnier enfatizó claramente su desacuerdo en lo que, a mi criterio, es el centro también de la dificultad especulativa entre teoría y clínica.
Según dicha investigadora, el yo no es pasivamente conformado, sino que es activo inicialmente en cuanto a su aporte perceptual, a pesar de la estructura previa familiar y cultural en que nace y que también lo determina.
Algo similar está en la diferencia entre la noción de instinto de muerte de Freud y la de envidia primaria en Melanie Klein. Como expresión del instinto de muerte, la envidia primaria, sentimiento ideológico vincular a pesar de la precocidad yoica, da a la opción vida-muerte biológica y psíquica, una impronta conflictiva en que el yo tiene en relación a su absoluta dependencia de un objeto externo vital para su sobrevida, una suerte de maniobrabilidad opcional. Aunque le cueste la vida, puede mantener a ultranza una nefasta concepción ideológica de la dependencia, o como lo vemos tan a menudo en la clínica y la vida en general, utilizar una prejuiciosa concepción despectiva para sobrevivir y reparar la herida narcisista de su necesidad de dependencia.
El tema del que me ocupo es entender psicoanalíticamente esa articulación fundante estructural y su repercusión y realimentación interactuante entre individuo y establishment.
Al estudiar la dialéctica verdugo-víctima y la expresión masiva de dicho par, como lo ocurrido en los campos de concentración nazis, me pareció entrever un nexo significativo en su estructuración, entre lo “cotidiano” y lo “inconcebible”. Un elemento muy familiar para cualquier analista, la noción de encuadre y proceso, me permitió una perspectiva privilegiada para comprender esa posible estructuración y su significado. Cotidiano, del latín quotidianus significa cuota diaria.
Aun cuando el concepto de establishment tiene una acepción precisa para algunos autores, lo continuaré utilizando con la misma laxitud coloquial como lo hice hasta ahora.
El establishment, por lo que pude deducir, tiene un elemento consensual estructurante en base a: permitido-prohibido, controlado-expulsado, preservado-eliminado. Estas secuencias, se expresan en lo que conocemos como legalidad-ilegalidad, normalidad-anormalidad. En último término, es el establishment el que de acuerdo a las características del conflicto del cuerpo ético (tolerancia o intolerancia de la noción de muerte como miembro de una especie), provee la clasificación bueno-malo en una relación de intercambio persona-Institución-persona.
Por ejemplo, cuando luego de un juicio considerado correcto, probada la culpabilidad del reo, y castigado el delito según lo prescribe la jurisprudencia pertinente en el marco de leyes que hacen a la constitución de un país, se cumplimenta la pena de muerte. La dialéctica verdugo-víctima, indica claramente al verdugo como ejerciendo una profesión tan importante para el establishment como la del juez, los testigos de juicio, los de la ejecución, o los que generaron las leyes que rigen la comunidad.
El verdugo, en cuanto al ejercicio profesional, sólo se preocupa de resolver de la mejor manera posible desde el punto de vista tecnológico la ejecución, tratando de ocasionar la menor molestia y sufrimiento posible al ejecutado por quien es capaz de sentir indiferencia, pena o cualquier otro sentimiento humano, mientras no lo afecte negativamente en el ejercicio profesional. En realidad, las molestias y el sufrimiento son en gran parte provocadas por el marco en que se realiza la ejecución. Dicho marco, esencial para el establishment, es la ceremonia. Esta ceremonia, más allá de sus variantes actuales conforma un espectáculo público que realimenta resistencialmente la patología pertinente al cuerpo ético.
En este ejemplo, la pena de muerte, según el país, podrá ser diferentemente valorada por sus ciudadanos, pero dentro de la cotidianeidad del establishment. Cotidianeidad y establishment se realimentan entre sí. En el ejemplo citado, la ejecución y la ceremonia expresan la preservación de la comunidad, en base a la serie anormal-malo-eliminado, y la ley al considerarlo justo y bueno, lo consensual.
Visto así, para considerar la dialéctica verdugo-víctima es necesario considerar elementos que pueden funcionar discriminados como tales o como estructuras dentro de estructuras. Ellos serían: establishment, juez, verdugo, víctima, testigo.
La relación testigo-establishment, es fundamental tanto para las posibilidades resistenciales como para las elaborativas. En particular, se evidencia, cuando aparece como testimonio disruptivo para lo cotidiano-consensual de un determinado establishment y su cotidianeidad.
Frente a un testimonio disruptivo, es el establishment el que decidirá en último término su destino. En particular si lo considerará un testimonio. Verdadero o falso. Cuerdo o loco. Valioso o perverso.
La dialéctica verdugo-víctima cuando se la considera en acontecimientos como los del Holocausto, las masacres atómicas, o lo ocurrido no hace mucho en nuestro país, evidencia la misma problemática y estructura que la ejecución señalada como ejemplo. Aunque ésta oculta perversamente en su calidad de “aséptica” y “humana”, lo que aquellos acontecimientos o la tortura, muestran con toda crudeza: el ensañamiento.
Creo, sin embargo, que sería un trágico error confundir la pena de muerte en países que jurídicamente la aplican, con fenómenos como el Holocausto o similares, o bien los sistemas carcelarios con la aplicación de la tortura. Lo trágico del error sería no considerar la relación entre establishment y transformación patológica, cuando genera disociaciones que se expresan como pasividad o indiferencia adictiva. Por ejemplo, la nueva unidad megamuerte, entre ya dentro del lenguaje cotidiano, así como la tortura y la violencia suicida-homicida.
Hay además una distinción en relación a la perversión que para su apreciación enfrenta fuertes resistentes colectivas. No es lo mismo lo ocurrido con el denominado Holocausto (que significa purificación por el fuego) que las masacres atómicas. Si bien en esencia la locura humana es responsable de ambas catástrofes, no es lo mismo una medida táctica-estratégica de un país en guerra, que tener por objetivo la eliminación de un importante grupo humano con la megalomaníaca afirmación de que se trata de una desvalorizada subespecie.
Es cierto que hay un común denominador suicida-homicida, pero el ataque atómico no pretendía destruir japoneses ni al Japón, sino vencer en una guerra a un país beligerante. La ideología nazi pretendía en cambio, destruir parte de la humanidad validando el sentido de raza superior y confiriendo el derecho a la esclavitud, la tortura, humillación y muerte a quienes por oponerse a dicha concepción eran considerados simultáneamente peligrosos e inferiores.
La creación de condiciones ambientales (ghettos, laboratorios experimentales con seres humanos, campos de concentración, etc.), como un nuevo establishment que venciera la resistencia para sentirse partícipe de la condición humana, y la utilización de la moderna tecnología de aquel entonces para esos fines, o simplemente para su rápida y eficaz eliminación, no es lo mismo que la utilización de un arma, por más poderosa que sea, para vencer en una guerra al país enemigo.
Este trabajo muestra mi acuerdo con aquéllos que ven en ambos acontecimientos ataques a la condición humana. Sin embargo, me adhiero a quienes consideran más grave al Holocausto por las consecuencias que acarreó a toda la humanidad, aunque el pueblo judío haya sido el afectado directo.
Creo necesario volver a considerar la dialéctica verdugo-víctima para comprender esas consecuencias, así como la instrumentación perversa de la concepción megalomaníaca y su repercusión actual.
En el ejemplo de la ejecución, para la fantasía inconsciente del condenado a muerte, el verdugo y la muerte son indiferenciales y establecen una relación de objeto real con él. En esa díada ocurre lo mismo, aunque en sentido opuesto al vínculo madre-hijo. En lugar de un objeto que “da” la vida, hay un objeto que quita la vida. (Desde tiempos inmemoriales los verdugos son hombres).
El verdugo, en su fantasía inconsciente se identifica megalomaníacamente con la muerte. Las ansiedades inherentes al cuerpo ético quedan claramente distribuidas: el verdugo desde el establishment y la cotidianeidad puede ubicar proyectivamente las ansiedades de inermidad y total indefensión en la víctima que sufrirá la pérdida total de su identidad y de su cotidianeidad.
Si observamos también esquemáticamente lo que ocurre en la tortura, veremos una transformación perversa de la megalomanía. El torturador o su equivalente, busca vencer una resistencia, pero sólo para lograr un tipo de sumisión adictiva apta para sus fines. La inermidad es la misma que en la ejecución, pero la técnica utilizada y fundamentalmente la incertidumbre sobre la posibilidad de muerte y la de prever el momento, hacen que el torturador sea identificado con la muerte como objeto, con mayor verosimilitud desde el punto de vista de realidad psíquica. Esta diferencia en la tortura tiende a generar en la víctima, merced a la seducción perversa, la posibilidad del control de la muerte por el sometimiento y la adicción.
Mediante el ensañamiento en el cuerpo humano y sus investiduras, se intenta quebrar toda posibilidad de una realidad diferente y el nuevo establishment que se establece tiende a favorecer la cotidianeidad de dicho proceso.
Si la ejecución metaforiza el repudio a la maternidad, la tortura es la perversión de la lactancia. Busca generar una dependencia adictiva a expensas de la idealización del proveedor de muerte. Para el cuerpo ético, la ejecución niega la muerte natural como miembro de especie, y la tortura la complementariedad e interdependencia sin jerarquización entre dichos miembros.
Desde esta óptica, las masacres atómicas en el marco beligerante, equivalen a la megalomanía de la ejecución, mientras que lo ocurrido con los campos de concentración nazis corresponde a la perversión de la megalomanía mediante el ensañamiento, con objetivos definidos para el resto de la humanidad: la aceptación de la subespecie y sus consecuencias.
Es interesante comprobar que como con la tortura se busca borrar toda evidencia que testimonie su existencia, lo mismo ocurrió y ocurre con el Holocausto. Este es un indicador de su gravedad y explica parte de la parálisis para su acabada comprensión, incluyendo la evidenciada por la comunidad psicoanalítica.

8. Establishment y resistencias en los campos de transformación

Elaboración, clínicamente hablando, implica trabajo. Trabajo del analista y el paciente que desde el esfuerzo común de superar las resistencias trabajándolas una y otra vez, es simétrico. Ese trabajo es liberador para ambos. Para el paciente, de la compulsión repetitiva, para el analista, del dogmatismo teórico o una compulsión técnica repetitiva.
No existen posibilidades de elaboración sin un encuadre que organice al proceso. Ese encuadre, con su aparente mudez y monotonía cotidiana, rápidamente familiar para el paciente y el analista, establece la situación analítica. En orden de prioridades, el encuadre organiza mediante la repetición cotidiana un proceso transformador, en que el conocimiento y los procesos identificatorios son responsables de la totalidad del objetivo logrado. Vistos así, el conocimiento y la identificación obtenidos mediante el trabajo elaborativo y el encuadre, permiten la libertad.
Ninguna burla pareció más cruel y cínica que la inscripción que coronaba la entrada a los campos de concentración: Arbeit macht Frei (El trabajo hace libre).
Esta transformación perversa de una antigua verdad para los seres humanos, era coherente con la transformación perversa de la noción de semejante en subsemejante, apto para la esclavitud o la muerte. También coherente con las duchas instaladas connotando higiene y cuidado corporal, en que aprovechando que eran reconocidas con ese significado cotidiano, eran utilizadas engañosamente para agilizar la destrucción de esos cuerpos mediante gases venenosos, que, en un alarde de eficacia tecnológica, inmediatamente eran cremados o aprovechados para la producción de jabón o elementos útiles y estéticos si poseían algún tatuaje.
No es mi intención abundar en detalles que están descriptos en innumerables libros y revistas escritas por sobrevivientes que creen en el valor de la palabra como testimonio, y por estudiosos que superan el dolor inevitable cuando la realidad confirma lo que muchas veces queremos creer sólo posible en las fantasías sádicas.
Mi interés es interrogarnos sobre los procesos de transformación en el establishment. Aquella inscripción perversa, indicaba, a pesar de su ataque a la verdad, el significado de la misma en relación a dichos campos. A mi criterio, y luego de estudiar las transformaciones ocurridas en las personas que estuvieron en dichos campos con diferentes tiempos y posibilidades, creo posible discriminar procesos comunes y diferentes, y resultados comunes y diferentes.
Para comprender acabadamente la transformación perversa, el destinatario, su vigencia y las resistencias a reconocerlo, es necesario comprender la inducción eficaz de culpa y vergüenza. Tan eficaz, que muchos sobrevivientes (¡no sus verdugos!), tuvieron que luchar no sólo para ser aceptados por sus semejantes que los evitaban o trataban de eliminar de diferentes maneras, sino por sus impulsos suicidas a partir de la culpa y vergüenza por haberse salvado.
Si recordamos el ejemplo del Body Art, la historia y la cotidianeidad, veremos una más estrecha relación entre el testigo como espectador y el establishment que organiza y sostiene el espectáculo para intercambios resistenciales o elaborativos. En estos intercambios, los procesos identificatorios organizados como espectáculo y ceremonia, generan una escena eficaz estructurante para sus participantes, no importan el rol que momentáneamente adopten o se les determine.
Sólo me ocuparé de la relación protagonista-espectador. Aun en los campos de concentración era posible observar la muerte, la tortura, no importa cuántos hubieran participado en ella, era importante por su difusión inductora de sometimiento cotidiano dentro de un establishment apto para ello. Es de sobra conocido este aspecto para que abunde en detalles. Pero hay otro que quiero enfatizar.
El testigo, tercer elemento a considerar en la dialéctica verdugo- víctima, es el que permite comprender aún más su dinámica y la distribución de ansiedades y defensas. Así como en el Body Art, el Circo Romano, la aplicación del tormento en alguna Plaza Mayor o una ejecución “en privado” de tipo carcelaria, necesita ser un espectáculo, más allá del marco ceremonial, para que alcance su eficacia. El espectáculo, para ser tal, depende no sólo de los protagonistas, sino del espectador. Esta escena (¿primaria?) se juega para él y por él, quizás porque él conjuga a los restantes.
Este espectador-testigo sufre los mismos avatares que cualquier espectador. A través de primitivos procesos identificatorios en relación a la problemática del cuerpo ético, y a expensas de las posibilidades disociativas representadas por los roles jugados, es posible la transformación de espectador en participante, a partir de lo que cualquier espectador conoce: sólo su presencia posibilita el espectáculo. Y si lo posibilitó, la propuesta es: o anula su rol de espectador-participante, no importa cuán obligado estuvo, o la inducción de culpa y vergüenza será efectiva y exitosa. El testimonio es una manera de intentar elaborar esta inducción, además de tener un valor de denuncia.
Oír el testimonio de un sobreviviente a la crueldad social humana, es frecuentemente insoportable. Ese testimonio, a pesar de su propuesta a ser oyentes, es eficaz en cuanto nos alcanza y nos hace partícipes, no de lo nuevo “inconcebible”, sino de lo repudiado por siglos de repetido conocimiento y elaborado resistencialmente por el establishment.
Si el testimonio-participativo pasa un cierto umbral disruptivo, y si el que quiere testimoniar insiste, se evidencia lo que estuvo latente desde un comienzo. Por ser testigo se lo “acusa” de ese “crimen”. Su testimonio nos “asesina” en nuestra “humanidad”. No sólo por lo que soportó, sino por la amenaza a lo que nuestro establishment ayudó a negar y controlar en otro nivel de elaboración.
Las principales opciones son: 1) elaborar la totalidad del conflicto sin eludir responsabilidades, pero sin dejarse inducir suicidamente; 2) sucumbir a la inducción de culpa y vergüenza, 3) apelar a la evacuación prejuiciosa. Estas dos últimas posibilidades implican la identificación con el verdadero agresor: el narcicismo humano.
Continuando la metodología expositiva de este trabajo finalizaré con algunos ejemplos y datos que pretenden, más que aportar información, motivar la reflexión y el intercambio.
Dos ejemplos de la relación establishment-testimonio en su versión resistencial. Freud reaccionó a la quema pública de sus libros, diciendo que en otra época lo hubieran quemado a él, y ahora los nazis se contentaban con quemar sus libros. A pesar de su formulación del instinto de muerte, de su amplia experiencia con el sadismo humano y de la milenaria historia repetida, comprendió no sólo lo que el establishment de su educación le permitía como reasegurador resistencial y no el de sus descubrimientos y testimonios a su alcance. En los campos de concentración, los judíos de origen alemán no podían defenderse de la misma manera que los de la Europa Oriental, porque no podían creer que “sus” autoridades les hicieran algo injusto. Sin embargo, Elie Wiseel, otro conocido luchador por dar testimonios de todo tipo de ensañamiento humano, cuenta que cuando a su pequeño pueblo acostumbrado a las discriminaciones contra los judíos, llegó en plena guerra una persona del mismo pueblo testimoniando de su experiencia con los nazis, lo creyeron insano. Esa persona fue poco a poco dejando de insistir para que le crean y se defiendan. Se aisló deprimiéndose y, finalmente, siguió con los otros el trágico destino.
En julio de 1979, la Comuna de la ciudad de Milán, Italia, editó un libro bajo la firma de Miriam Novitch. El libro lleva por título: Resistencia Spirituale. 1940-1945. Dibujos y pinturas de campos de concentración y ghettos. Es posible ver, que a diferencia del Dante que intentó describirlo, aún en el infierno es posible hacer arte. Arte tanto en hermosas expresiones de creatividad artística como de elementos testimoniales, costumbristas y de denuncia.
Sí, a pesar de todos los intentos del establishment en su aspecto perverso, el hombre es capaz de hallar medios de resistir y luchar por su condición humana, no sólo por la resistencia armada. Pero también lo opuesto ocurrió, como los severos cuadros de automatismo autista como única manera de sobrevivir y que aparentemente avalaban la transformación de hombre a esclavo.
De Bruno Bettelheim, un psicoanalista que estuvo un año prisionero antes del comienzo de la guerra, citaré algunos párrafos de su libro: Sobrevivir. Como él lo explica, no usó entonces su capacidad analítica para investigar, sino intencionadamente utilizó dicha capacidad para sobrevivir mentalmente.

Prácticamente todos los prisioneros que llevaban mucho tiempo en el campo adoptaban la actitud de los SS ante los presos calificados como “no aptos”. Los recién llegados planteaban problemas difíciles a los veteranos. Sus quejas sobre la existencia insoportable que se llevaba en los campos añadían un nuevo motivo de tensión a la vida de los barrancones. El mismo efecto tenía su incapacidad para ajustarse. El mal comportamiento en los grupos de trabajo ponía en peligro a todos sus integrantes. Por consiguiente, el recién llegado que no se ajustaba a su nueva vida tendía a convertirse en un riesgo para sus compañeros. Además, los débiles eran los más propensos a acabar traicionando a los demás. De todos modos, como los débiles solían morir durante las primeras semanas en el campo, algunos presos pensaban que daba igual liberarse de ellos antes. Así, pues, los prisioneros veteranos a veces colaboraban en la eliminación de los “no aptos”, incorporando así la ideología nazi en su propio comportamiento.
Los presos veteranos que se identificaban con los hombres de la SS no lo hacían sólo en lo referente al comportamiento agresivo. Procuraban hacerse con prendas viejas del uniforme de los SS. Si no lo conseguían, intentaban remendar y coser sus propios uniformes de forma que se parecieran a los que usaban los guardianes. En ese sentido los prisioneros llegaban a extremos increíbles, especialmente si se tiene en cuenta que los SS castigaban por copiar sus uniformes. Cuando les preguntaban por qué lo hacían los veteranos reconocían que les encantaba parecerse a los guardianes.
La identificación de los presos veteranos con los SS no terminaba en la emulación de su apariencia externa y comportamiento. Los veteranos también aceptaban los objetivos y valores de los nazis, incluso cuando parecían contrarios a sus intereses propios. Era horrible ver hasta qué extremo llevaban esta identificación incluso los presos que poseían una buena educación política.
Cuando aceptaban como propios los valores nazis, los presos veteranos no solían reconocerlo directamente, sino que explicaban su comportamiento por medio de racionalizaciones.
Esta identificación con los torturadores llegaba al extremo de copiar las cosas que éstos hacían en sus ratos de ocio. Uno de los juegos preferidos de los guardianes consistía en ver quién era capaz de soportar más golpes sin quejarse. Algunos de los presos veteranos copiaron dicho juego, como si no los hubiesen golpeado lo bastante y ahora sintieran la necesidad de infligir dolor a sus compañeros de cautiverio.
Entre los presos veteranos se advertían otros indicios de su deseo de aceptar a los SS por motivos de que en modo alguno podían ser fruto de la propaganda. Parece ser que una vez que adoptaban una actitud infantil ante los SS los presos deseaban recibir un trato justo y bondadoso de ellos, o al menos de aquellos SS a quienes habían aceptado como figuras paternas y todopoderosas. Dividían sus sentimientos positivos y negativos (por extraño que parezca tenían sentimientos positivos) hacia los SS de tal manera que todas las emociones positivas tendían a concentrarse en unos cuantos SS que ocupaban puestos bastante elevados en la jerarquía administrativa del campo, aunque raras veces las concentraban en el gobernador mismo. Los prisioneros veteranos insistían en que aquellas gentes ocultaban nociones de justicia y decencia debajo de su dura superficie. […] Dado que el modo de actuar de los SS en cuestión jamás se reflejaban aquellos supuestos sentimientos, los presos explicaban que era porque disimulaban para poder seguir ayudando a los recursos. Surgió una verdadera leyenda en todo al hecho de que, cuando dos suboficiales se disponían a inspeccionar a un barracón, uno de ellos se limpió el barro de las botas antes de entrar. Probablemente lo hizo de manera automática, pero el gesto fue interpretado como una repulsa al otro SS y como demostración clara de lo que pensaba del campo de concentración.
A juicio del autor, el campo de concentración tiene una importancia que va mucho más allá del hecho de ser el lugar donde la Gestapo se vengaba de sus enemigos. Era el principal lugar de entrenamiento de los jóvenes soldados de la Gestapo que se proponían gobernar y mantener el orden en Alemania y en todas las naciones conquistadas; era el laboratorio donde la Gestapo inventaba métodos para convertir a ciudadanos libres y rectos, no en esclavos refunfuñones, sino en siervos que en muchos aspectos aceptasen los valores de sus amos.
Parece ser que las cosas que de manera extrema sucedieron a los prisioneros que pasaron varios años en un campo de concentración sucedieron también, aunque en menor escala, a la mayoría de los habitantes de aquel inmenso campo de concentración llamado la “Gran Alemania”. También les hubiese podido suceder a los países ocupados de no haber sido capaces de organizar grupos de resistencia.

Todos los ejemplos de Bettelheim evidencian la problemática del cuerpo ético.
Uno de los más relevantes en relación al establishment, corresponde al intento, aun cuando la vida estuviese en juego, de investirse mediante vestiduras, tal como lo había señalado magistralmente Money Kyrle en su trabajo sobre Megalomanía.
Simone Veil, hasta hace poco Ministra de Salud en Francia y Presidenta del Parlamento Europeo, comentó, en una breve visita que hizo en 1985 a Buenos Aires, su experiencia luego de muchos años de su liberación de Auschwitz. Dijo: “Tenemos mucha dificultad en compartir lo vivido con quienes no lo pasaron, en cambio cuando estamos entre nosotros, los sobrevivientes, no logramos hablar de otro tema que no sea lo vivido en cautiverio”. Dijo que con los hijos era difícil hablarles sobre esa experiencia, por el dolor que les produciría los relatos del sufrimiento de los padres, pero que ellos querían oír esos relatos. Y agregó con una sonrisa: “Yo miro a mi hijo que está por cumplir cuarenta años y digo que algún día tendré que hablarle de esto”.
Al preguntársele cómo había hecho para sobrevivir y volver a vivir después de haber estado en un campo de concentración, respondió:

Nunca más se vuelve a vivir como antes […] muchos de nosotros tenemos la impresión de no vivir del todo o de vivir de una manera distinta. El día que regresamos tuvimos que hacer una opción. Nos dijimos, o bien renunciamos y miramos para el pasado, entonces todo se hace imposible, o bien decidíamos no cerrar la puerta y olvidar, pero hacer un nuevo comienzo de nuestras vidas. El hecho de haber sobrevivido demuestra que uno tenía una fuerza vital fuera de lo común. Yo le diría ahora, con una perspectiva en el tiempo, que es una experiencia muy pesimista pero también muy optimista. La parte pesimista es que el ser humano siempre puede perder pie y convertirse casi en un animal. El hombre es capaz de lo peor frente a otros hombres. Pero la fase optimista es que siempre existe una fuerza que hace que los hombres puedan ir más allá de sí mismos y que los que sobrevivan sean los que aman más la vida.

Con respecto al recordar dijo: “…si hoy queremos recordar, no es por voluntad de desesperanza, no es para sumergirnos en el dolor del que no podríamos volver a salir. Es sólo para que la memoria, esa memoria que guardamos en nosotros, sirva de lección para que nunca más pueda repetirse el horror”.
Se podría hablar de un “quinto” cuerpo. El mítico. El mito comparte con la perversión la capacidad de reemplazar una verdad por una creencia dependiente de dicha verdad. Ambos son productos humanos que denotan características y resistencias al acceso y tolerancia a una verdad. Pero también tienen significativas diferencias a dicho acceso y tolerancia.
Mientras el mito admite la posibilidad exploratoria del pensamiento indagatorio, la perversión pretende anular dichas cualidades instrumentales, dándolas por realizadas a través de un sentimiento de certeza. Por ello el prejuicio y el fanatismo pueden ser los mejores aliados de las estructuras perversas individuales y sociales.
Por ejemplo, no es lo mismo la posibilidad de indagar el pensamiento religioso, sus mitos y creencias, que la pretensión prejuiciosa del fanatismo dogmático religioso que reniega de dicha posibilidad, bajo la acusación perversa de un ataque a la verdad demostrada o revelada. Lo mismo ocurre con la posibilidad de pensar diferentes mitos y creencias, que por ser expresión de lo que conocemos como realidad psíquica, pueden ser percibidos desde el uso fanático, como peligrosos ataques a la verdad.
Creo, entonces, que tampoco es lo mismo un diálogo donde posibilitemos el pensamiento y la elaboración de las resistencias al conocimiento psicoanalítico y sus mitos, que un uso fanático “cientificista” de nuestras ideas, que impida, resistencialmente, el diálogo y la elaboración.
De nosotros depende.

9. Reflexiones bibliográficas

Cuando pensé en una redacción vivencial de reflexiones de muchos años, intentar un listado bibliográfico no solo me pareció imposible sino artificial. Gracias a una vieja adicción a comprar libros (que no lamento) poseo una interesante biblioteca. Cuando descubro en ella una carencia, la aprovecho para satisfacer mi adicción.
Ejemplo de ello fue cuando pensé en los verdugos. Decidí compartir esa inquietud con mi librero, quien, para mi sorpresa, sacó de un estante una breve historia sobre ellos. Lo mismo ocurrió cuando sentí el impulso a definir como ¨estupidez¨ el estado mental de personas y sociedades que se ponían en peligro a sí mismos y a la totalidad de la comunidad humana. Racionalidad profundamente disociada como en los estados de estupor.
Muchos años de interdisciplina me sugieren destinar unas líneas a un tema de concienciar en nuestra humana sociedad, como la que se intenta luego de las dos guerras mundiales y quizás transitando una tercera. Consiste en lograr un acuerdo o una discriminación filosófica instrumental equivalente al imperativo categórico kantiano.
La aspiración de los filósofos universalistas coincide con la respuesta de Freud a Einstein. Luego de la primera guerra mundial la Liga de las Naciones encomendó a Einstein que eligiera un interlocutor válido para evitar nuevas guerras mundiales y éste eligió a Freud. Su rica correspondencia figura en las Obras Completas y su respuesta se sintetiza en la escueta frase de Freud quien dijo que “el ser humano solo respeta la fuerza, y entonces para evitar las guerras hay que utilizar la fuerza, pero la fuerza de una ley”.

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