El proceso terapéutico de los analistas dentro del contexto multifamiliar.

María Elisa Mitre de Larreta 1

1 María Elisa Mitre de Larreta es psicóloga y psicoanalista. Miembro titular didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Full member de la International Psychoanalytical Association (IPA) y miembro honorario del Laboratorio Italiano de Psicoanálisis Multifamiliar (LIPsiM) con sede en Roma. Directora del Centro DITEM.

Palabras clave: Virtualidad sana; proceso terapéutico; interdependencias recíprocas; material clínico; psicoanálisis multifamiliar.

Muchas veces se habla del proceso terapéutico de los pacientes difíciles con diversos diagnósticos y especialistas en el no cambio. Son pacientes que muchas veces describen sin emoción, con claridad y aparente comprensión, todo lo acontecido en su vida, sin haber hecho ningún cambio psíquico verdadero (falso self). Se percibe no sólo en aquellos que manifiestan síntomas visibles, sino también en muchos seres humanos a los que la vida les pasa por un costado, como diría Winnicott: “con una vivencia de futilidad”. La coraza los ha protegido del sufrimiento psíquico, pero no permitió la entrada de todo lo vital y positivo que le posibilitaría tener deseos de vivir.
Decía Hipócrates acerca de las enfermedades del cuerpo (460-377 a. de C.), que en este caso lo podemos trasladar a la mente: “las enfermedades son crisis de purificación y de eliminación tóxica. Los síntomas son defensas naturales del cuerpo y nosotros los llamamos enfermedades, pero en realidad no son sino la curación de la enfermedad. Todas las enfermedades son una misma, y su causa es una misma en todas ellas, aunque se manifiestan por medio de diferentes síntomas, de acuerdo con la determinada parte del cuerpo en que aparezcan”.
Si lo llevamos a la salud mental podríamos decir que las crisis psicóticas son exorcismos de las presencias tóxicas que nos enferman y con las cuales nos identificamos patológicamente.
La crisis psicótica sería entendida como una sucesión de situaciones traumáticas que nunca pudieron ser habladas ni compartidas con nadie. Esta misma, aunque sea manifestada a través de la violencia, es un pedido de ayuda del sí mismo verdadero que se mantuvo refugiado en el falso self. Es una oportunidad única para que ese sí mismo verdadero oculto comience a surgir y realice con un otro un redesarrollo. Si uno puede ver la salud que se esconde detrás de los síntomas, no se hablaría más de enfermedad y podríamos tolerar más la incertidumbre de las recaídas. Esto es algo que retomaré más adelante en relación a las recaídas y su repercusión en algunos terapeutas y familiares que desconocen el concepto de virtualidad sana. Hemos encontrado una dificultad en la comunidad psicoanalítica de pensar en términos de lo vivencial, dice Badaracco: “Una teorización sin lo vivencial- intersubjetivo se vacía en sí misma”.
Las experiencias negativas que condicionan las situaciones traumáticas hacen que los niños y luego los adultos, si esto no se modifica, disocien de la mente los aspectos más genuinos y también los traumáticos, los cuales en un primer momento carecen de representación y de palabras. Es por esa razón que los procesos terapéuticos son largos y complejos. Porque en el proceso de redesarrollo de los pacientes difíciles a veces no tomamos suficientemente en cuenta que su mente igual que la de los niños es esencialmente vivencial e hiper sensible. Durante mucho tiempo reciben más que lo que se les dice la forma en que se dice.
Son esas experiencias faltantes y negativas las que aparecen como deteniendo el desarrollo psicoemocional. Hay experiencias enriquecedoras-emocionales de relaciones con personas que condicionan recursos yoicos, pero también experiencias negativas que son la que llamamos experiencias traumáticas.
Si en el contexto terapéutico se dan las condiciones necesarias para que el sujeto sienta que tiene sentido para el analista, éste puede llegar a experimentar la posibilidad de manifestarse con libertad y salir del sometimiento de toda una vida, siendo el sometimiento uno de los mayores obstáculos para alcanzar la salud mental. La capacidad para salir del mismo es adquirir recursos yoicos para terminar con ese diálogo intrapsíquico infernal con los otros en nosotros que nos enferman y a los cuales estamos referidos permanentemente. Cuando descubrimos estas interdependencias tenemos la posibilidad de denunciar sin tanto miedo a los padres acerca de las situaciones traumáticas que nos hicieron atravesar por sus propias limitaciones.
No nos olvidemos que desde el nacimiento estamos habitados por presencias “Los otros en nosotros” que nos brindan bienestar, y otras que nos hacen sufrir. Esto es algo universal en todos los seres humanos, aunque no nos demos cuenta. De aquí la importancia de crear un clima de respeto y seguridad diferente al enfermante con la finalidad de expresarnos con libertad. A través de esta introducción quisiera agregar que lo mismo puede suceder en una comunidad terapéutica, instituciones, etc. En mi primer análisis personal; sometida a un psicoanálisis ortodoxo extremo, llegué a un tipo de pensamiento donde comprendía todo lo acontecido en mi vida de una manera tan racional que mi nivel de sufrimiento seguía intacto. Dice Nacht: “Una de las condiciones más sencillas para determinar la finalización del tratamiento es la ausencia de sufrimiento”.

Mi experiencia en la comunidad terapéutica psicoanalítica y en mi análisis personal

Quiero aclarar que mi segundo análisis fue particularmente vivencial. Todo lo que voy a desarrollar ahora pudo producir en mí un verdadero cambio psíquico y disminuir casi totalmente un sufrimiento invivible. Mirar cara a cara a mi terapeuta y percibir un verdadero interés en mi persona, sentirme vista desde mi verdadera esencia, ver su virtualidad sana a través de la mirada me posibilitó confiar y contar con alguien por primera vez en mi vida, reconocer sus errores y disculparse. Muchas veces en los comienzos de mi proceso terapéutico donde yo partía muy movilizada me llamaba por teléfono para preguntar cómo estaba. Agrego que si esto se hubiera repetido en forma indefinida no me hubiera permitido crecer psicológicamente. Respetó y percibió todas las etapas de mi redesarrollo. Resaltaba lo nuevo y los primeros esbozos sanos que iban surgiendo señalando lo positivo (a diferencia de muchos padres). Adivinar mi nivel de sufrimiento y hacérmelo notar fue crucial en el proceso de cambio psíquico.
Mas adelante fui capaz de tomarlo de la mano cuando logré conectarme cada vez más con mis emociones y darme cuenta que él iba a comprender que esto era un pedido desesperado a una madre tierna que me aliviara (no un intento de seducción hacia mi padre como fue interpretado antes). Pude poco a poco identificar esas presencias que me llevaban a actuar compulsivamente y no me dejaban pensar. El identificar esas presencias permitió descubrir cosas mías propias y las de los otros con las cuales estaba identificada. Pude aplacar entonces su poder patógeno enloquecedor.
Al comienzo de mi análisis tuve grandes dificultades para poder expresarme, también estaba habitada por esas interpretaciones demasiado racionales las cuales impedían ver el halo vivencial de una niña indefensa escondida que pedía ayuda y que aún no había alcanzado por momentos un nivel de simbolización.
Este clima favorecedor provocó el descubrimiento que estaba habitada por presencias descalificadoras que me impedían expresarme con libertad.
Ustedes pensarán que esto no es psicoanálisis, pero estas experiencias vitales que necesita un niño para crecer son prerrequisitos fundantes que llevan al deseo de vivir y llegar a un nivel de autonomía.
Badaracco trabajó con mi self verdadero, hasta toleró mis explosiones “psicopáticas” que fueron necesarias en la transferencia psicótica para salir del sometimiento. Pero no podemos decir que un niño es un psicópata. Esta forma de trabajar desarma el nivel de omnipotencia que protege al sí mismo del temor de depender una vez más en la vida de alguien que lo haga sufrir. Cuando baja el nivel de omnipotencia aparece la necesidad de dependencia almacenada durante tantos años. El otro pasa a ser todo para uno. Son dolorosas las despedidas y la necesidad de una fusión que no se tuvo antes en la infancia es inevitable.
No fui una paciente psicótica, fui una persona como tantas otras que no había pasado por situaciones concretas gratificantes. Todo lo que acabo de describir, que fue un complemento con el PMF (Psicoanálisis Multifamiliar), produjo la liberación de mi persona. Poco a poco pude relacionarme naturalmente con los demás y reconciliarme conmigo misma, reírme de verdad y no del otro. Me reconocí como mejor persona. Un día me desperté con un enorme alivio. Mi sufrimiento se había transformado en verdaderos deseos de vivir. Lo nuevo vivido me proporcionó recursos yoicos-herramientas para defenderme y enfrentar conflictos reales e intrapsíquicos.
Para Badaracco la noción freudiana de conflicto psíquico debiera no incluir un carácter patógeno por sí mismo. Para hacerlo debía simultáneamente incluir la idea de una representación intolerable para un “Yo débil e inmaduro”.
Tomé conciencia que en mi vida estuve más expuesta a situaciones traumáticas por depender de personas sin recursos.
Badaracco, en su artículo Ferenczi y el psicoanálisis contemporáneo habló de Ferenczi, pero a mi gusto fue una proyección personal de lo que a él le sucedió en los últimos años. “Podemos comprender que la vida de Ferenczi estuvo signada por una lucha desesperada por hacer reconocer la validez de su mensaje inspirado por una necesidad profunda de ayudar al ser humano, y la falta de reconocimiento, el rechazo y las críticas de las que fuera objeto”. Quisiera terminar diciendo que este trabajo es también un homenaje a Badaracco y me atrevo a decir la finalización del duelo. Durante estos últimos años de su vida tuvimos discusiones interminables de igual a igual en relación a nuestra gran amistad de muchos años y también algunas diferencias en cuanto a la técnica. Badaracco me decía por momentos que yo era demasiado audaz y finalmente pudo reconocer que con nuestra misma forma de pensar cada cual lo hacía a su manera. Quizás esto posibilitó una separación y desidealización de su persona. Vi su parte más sufriente, me la reconoció. Era demasiado tarde. Pero guardo dentro mío el más profundo agradecimiento.
Voy a referirme ahora a mi experiencia personal en la comunidad terapéutica, la cual comencé muy joven, y a mi participación en los grupos multifamiliares.
Durante los primeros tiempos de mi trabajo en la clínica, antes de mi formación psicoanalítica, sentía que la única persona que me habilitaba a ser yo misma era Badaracco, y entraba en pánico si no estaba, pues su mirada de reconocimiento me transmitía tranquilidad, hecho que no había sucedido antes en mi vida.
Comprendí después a partir de Winnicott, en la relación madre-bebé, que la ausencia de esta presencia en muchas patologías mentales, condiciona la necesidad de depender siempre de alguien que genera dificultades para llegar a una verdadera autonomía.
Algunos terapeutas adquieren la capacidad de conectarse directamente con la virtualidad sana del paciente. El paciente percibe de inmediato que se lo está mirando como sano y no como enfermo, se siente comprendido y con la necesidad de depender sana y plenamente de ese analista, ya que, en una fase preedípica, y en el comienzo del proceso terapéutico estamos todos más necesitados de expresiones de afecto, como por ej. del tono de voz, tomarlos de la mano, poner interés genuino por el otro, pues el contenido de lo que se dice ni siquiera puede ser pensado.
Esta necesidad de dependencia puede llegar a generar muchas rivalidades entre los terapeutas y la familia que no entienden que el médico que más se hace cargo es el más requerido por los pacientes en general. Siempre pienso con tristeza en gente que pasó por experiencias analíticas y en su vida sin ser mirado desde su virtualidad sana.
A lo largo de muchos años de trabajo en contacto con la comunidad terapéutica y la infinidad de pacientes, familias y colegas que he visto en mi vida, he percibido que la falta de este reconocimiento o la violencia familiar no elaboradas lleva a los seres humanos a incrementar las ansiedades persecutorias. De esta manera se crean muchas dificultades en los equipos terapéuticos.
Deseo hablar del miedo de los terapeutas dentro los cuales me incluyo.
En mi caso personal no tenía claro aún cómo eran los llamados locos. El miedo no elaborado me llevaba a hacer rituales obsesivos casi místicos como mecanismo de defensa no operativo frente al miedo que me provocaba mi familia: una hermana burlona y una madre imprevisible y exigente que me imponía su forma de pensar. Por otro lado, mi padre; un hombre sensible, algo melancólico y con muchas obligaciones, no podía hacerse cargo de los conflictos familiares. Mi mutismo lo tranquilizaba a tal punto que se refería a mí como “María perfecta”. Esta exigencia de perfección era un pedido desesperado de silencio dentro de esta batalla campal por temor a una nueva demanda.
Esto me llevó a ser complaciente con mi padre, cuidando su indefensión y obedeciendo el subliminal mandato de silencio: “No digas nada por favor”. Esta sobreadaptación me generó muchos problemas con otros seres humanos. Fue un gran obstáculo dentro de los grupos de PMF y, en mi vida en general, esta relación con mi familia en la que veía a los colegas como personajes super yoicos que me estaban descalificando como en mi casa. El temor a hablar y decir disparates, la exigencia de ser perfecta.
Me permito desarrollar la hipótesis de que la resistencia a los grupos de PMF, tanto de familiares como de colegas, es por el nivel de exigencia. Tememos exponernos y poner en evidencia nuestro prestigio profesional. Con el tiempo hemos descubierto que hablar desde hipótesis universales en los grupos y por momentos de uno mismo logra que los pacientes nos desidealicen y nos vean también como seres humanos. Eso también influye en las resistencias y críticas.
Creo que todos los colegas, además de los pacientes, poseen un nivel de exigencia; unos más, otros menos; que les impide hablar con naturalidad y autenticidad en los grupos. Temen poner en evidencia su prestigio profesional y académico, así como también tienen pánico a equivocarse. Incluso muchos analistas se sienten más habilitados por los pacientes que por sus propios colegas. Hablar “desde uno mismo” y por momentos de uno mismo con la intención de despertar vivencias en los demás consigue que los pacientes nos desidealicen y nos vean también como seres humanos sufrientes.
Cuando yo trabajaba en la comunidad podía acercarme afectivamente a un paciente; sentarlo a mi lado y tomarlo de la mano si lo veía asustado.
Durante algún tiempo y creo que como mecanismo defensivo recibía observaciones tales como: “Esto es un acting” no es psicoanálisis, etc. Hay pequeñas cosas que dentro del contexto psicoanalítico pueden parecer triviales o ser juzgadas como actuaciones o como maternaje, tal como los ejemplos que acabo de describir. Es importante aclarar que, al hablar del trabajo con pacientes difíciles, no estoy hablando de llevar a cabo movimientos ingenuos, imitaciones del accionar de una buena madre que pueden ser copiadas mecánicamente. Lo que estoy subrayando es que hace falta elaborar un trabajo terapéutico que está más cerca del arte que de la técnica y que se apoya en una concepción específica que tiene un fundamento teórico psicoanalítico.
Gracias a los recursos que me brindó la comunidad terapéutica pude enfrentar situaciones que antes no me hubiera permitido. Si me cruzaba con un terapeuta con cara de enojo, y sospechaba que era personal lo enfrentaba: “¿Te pasa algo conmigo, estás enojado?” Recuerdo la respuesta de uno frente a esta pregunta: “Bueno, Andrés me tiró contra la pared delante de todos y me rompió los anteojos”. La mayor parte de las veces no era personal. Estos enfrentamientos evitaban que surgieran mis núcleos paranoides que como una bola de nieve podían seguir creciendo cada vez más e incluso llevarnos a enloquecer.
Los terapeutas tenemos grandes dificultades para compartir los temores o dudas que surgen en relación a los pacientes u otros colegas, corremos el riesgo de aislarnos cada vez más y perdemos a lo largo del tiempo la capacidad creativa. Muchas veces he observado como algunos profesionales se retiran en silencio, otros con mucho resentimiento porque sienten que les “abrimos la mente” y no saben qué hacer con esa nueva realidad que se les impone como caótica. Otros temen poner límites a los pacientes por temor a ser abandonados por éstos. Este temor es reconocido de inmediato por ellos y potencian las resistencias al cambio porque perciben la vulnerabilidad del profesional. Asimismo, establecen entonces una distancia emocional con defensas rígidas; como el exceso de la interpretación brillante por temor al contacto, esto me lleva a recordar a Winnicott: “Me aterra pensar cuantos profundos cambios impedí o demoré en pacientes debido a mi necesidad personal de interpretar. Si sabemos esperar, el paciente llega a una comprensión en forma creadora y con inmenso júbilo, y ahora disfruto de ese alborozo más de lo que solía gozar con el sentimiento de haber sido penetrante. Creo que en lo fundamental interpreto para que el paciente conozca los límites de mi comprensión”. (¿Podríamos decir que esto también nos sucede a los profesionales?).
En algunas situaciones los climas entre los terapeutas pueden a veces resultar desfavorables y hasta violentos. Es como si todo el equipo volviese a fojas cero. Como las recaídas, podemos llegar a olvidarnos de todo lo que aprendimos, queremos tener razón, gritamos, vuelven las ansiedades persecutorias, hasta he tenido la vivencia de querer matar o golpear a alguien. Me pongo a reflexionar ¿Todo esto que estoy describiendo no les sucede a los pacientes en su núcleo familiar? Y la alta carga emocional de las transferencias psicóticas con los colegas nos llevan a tener palpitaciones y otros síntomas adversos.
Este clima interno nos puede llevar a actuar con los pacientes; enojarnos de más, ser más intolerantes y al estar tan invadidos por estas vivencias no podemos ni escuchar, actuamos desde las presencias habitados por esos otros y no desde nosotros mismos. Como dice Ferenczi: “El miedo a los adultos exaltados, locos en cierto modo, transforma por así decir, al niño en psiquiatra, y para protegerse del peligro que representan los adultos sin control, tienen que identificarse completamente con ellos”.
Los analistas no nos damos cuenta de la necesidad que tenemos de ser rescatados en momentos difíciles por nuestros colegas y de que operen como presencias sanas y tranquilizadoras. Cuando nosotros, como los pacientes, nos vamos liberando de estas presencias tóxicas que nos coartan la libertad podemos finalmente trabajar con autonomía.
La nueva sensación de libertad a la que aludo debe darse coincidentemente en el marco de una situación psicoanalítica favorable, en un clima emocional diferente al enfermante respetando la vivencia del otro. Esto dependerá de la persona real del analista, del análisis personal de éste, de su interés genuino en lo más genuino del paciente, que muchas veces está desnaturalizado, y de la capacidad del analista de hacerle sentir al otro la felicidad que implica que ese otro exista. Esto nos lleva a pensar en la utilidad del análisis personal como complemento del PMF.
Voy a citar a Hipócrates en algo que puede parecer ingenuo: “Muchos enfermos tan conscientes como son del peligro, vuelven a encontrar la salud por el solo hecho de la alegría que les inspira la bondad de su médico”.
Dice Nacht: “Es necesario que el analista tenga una disponibilidad totalmente flexible en su técnica que le permita hacer del diálogo analista-analizado una relación viva de cierto ser a cierto otro ser” (año 1966).
Quisiera hablar de las dificultades que se suscitaban en la clínica en aquella época donde todavía no estábamos empapados de la teoría y la técnica como lo estamos ahora.
Los conceptos de virtualidad sana, objeto enloquecedor, etc., aun no estaban incluidos en trabajos y libros. Sin embargo, pude descubrir mientras veía trabajar a Badaracco, cómo percibía lo verdadero del paciente sin quedar atrapado en los síntomas. Eran los primeros esbozos de esta nueva manera de pensar. En esas épocas era una lucha impedir a los terapeutas que se quedaran solo en lo manifiesto de los síntomas. Recuerdo un paciente con personalidad psicopática que le gritó a un profesional: “Usted no sirve para nada y yo me quiero ir de acá”. A esto el médico le respondió: “Sos un manipulador y nos manipulas a nosotros igual que lo haces con tu familia”. Era evidente que lo que algunos veían como manipulación psicopática, era en realidad un pedido de asistencia de un ser frágil, inmaduro que deseaba ser visto y rescatado. Otros profesionales y familiares estaban atentos al nuevo psicofármaco milagroso: “mi hijo está mucho mejor porque cambió de medicación”, esto por supuesto dejando de lado nuestro esfuerzo terapéutico.
Las discusiones podían llegar a ser tremendas, y los internados eran víctimas de nuestras diferencias. Una vez nos encontrábamos a los gritos en un consultorio durante un grupo de elaboración que se hacía una vez por semana; alguien abrió la puerta y se cayeron algunos pacientes que estaban escuchando desde afuera. Esto terminó en carcajadas por parte de todos nosotros y fue una forma de naturalizar la situación.
Algunos integrantes en la clínica toman estas diferencias con sentido del humor. Otros buscan complicidades entre uno y otro. Estas son cosas que suceden en todas las familias.
También tuve muchos problemas de ataques hacia mi persona (que en realidad eran desplazamientos al concepto de virtualidad sana que aún no se había proclamado como tal).
Este lenguaje aparentemente sencillo, pero de una enorme profundidad, les parecía a muchos colegas ingenuo. Tocar a un paciente era darle una palmadita en el hombro. Poner límites al sadismo actuado en la perversión era visto como un acting out sádico.
Dentro del proceso terapéutico, los profesionales necesitamos, así como los niños y los pacientes, sentirnos reconocidos y queridos para hacer de nuestra tarea algo enriquecedor y saludable, no solamente con nosotros sino con los demás. Existen infinidad de problemáticas que casi llevarían a escribir un libro, pero me detengo aquí para decir que he planteado mayormente dificultades comunes a todos para que puedan ser pensadas y tomadas en cuenta con seriedad en la comunidad. Pero, así como decimos que los pacientes se enferman en las familias y se curan en las familias agregaría que nosotros los profesionales nos enfermamos y nos curamos en estos grupos multifamiliares y en la comunidad tomada como una familia sustituta. Debo confesar que me reconcilié luego de muchos años con mi madre en el PMF. En la actualidad, en mi comunidad terapéutica percibo que hay muchas menos dificultades que las esgrimidas tantos años atrás. Pelearme a los gritos con un colega hoy en día y tomar conciencia que en esta transferencia psicótica de alta carga emocional, le estoy gritando a mi hermano de la infancia o a algún otro personaje me permite bajar los decibeles y transmitirlo. Otra de las cosas fundamentales que nos habla de mayor salud mental es la capacidad para relacionarnos con los demás. A eso apuntamos con los pacientes y entre nosotros.
El concepto de recursos yoicos es fundamental en nuestra forma de pensar, porque los recursos yoicos nos permitirán tolerar la incertidumbre que implica la tarea con estos pacientes con mayor tranquilidad haciendo más grata nuestro trabajo.
Cuando el sí mismo sale de su cárcel interior, se abre una riqueza vital inesperada, no es tanto una vuelta al hogar pues éste existió a medias, sino que es el descubrimiento de su familia.
La tarea es difícil, pero si recorremos esta aventura profesional con libertad y entusiasmo se transforma en una de las experiencias más gratificantes que nos llevaran a alcanzar la libertad que significa funcionar con autonomía.

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