
Pablo Cavallero (1)
(1) Pablo Cavallero es Lic. en Psicología (UBA) y miembro de BabelPsi.
contacto: pmcavallero@gmail.com
Palabras clave: Grupo; Intersubjetivo; Intrasubjetivo; Psicoanálisis Multifamiliar; Transubjetivo; Vínculo; Vivencias
El trabajo parte de un planteo del problema que busca comprender el proceso complejo de la subjetivación, entendida como la construcción de una perspectiva personal y única que cada individuo desarrolla sobre sí mismo, el mundo y sus experiencias. Esta construcción está influenciada por múltiples factores: creencias, valores, cultura, educación, recuerdos, fantasías y el ambiente circundante.
Para comprender el objeto de estudio, se parte de la definición de sistema complejo de García (2006), que lo caracteriza como una totalidad organizada donde los elementos no son «separables» y no pueden estudiarse aisladamente. Desde esta perspectiva, la subjetividad es pensada según las conceptualizaciones de Grassi (2010) quien la analiza como la conjunción de aspectos intrasubjetivos, intersubjetivos y transubjetivos.
Un concepto central es el de «vivencia», trabajado desde el Psicoanálisis Multifamiliar, que refiere a cómo lo ocurrido en un pasado puede condicionar la manera en que se percibe un evento en el presente. Esta ‘memoria vivencial’ marca un precedente en la percepción del sí mismo y de los demás.
El marco teórico enfatiza que la subjetividad no puede ser atomizada en partes y estudiada por separado, dada la «interdefinibilidad» de sus componentes. Si bien el trabajo analiza las dimensiones por separado por una cuestión organizativa, se sostiene que cada una depende de la anterior, formando parte de una cadena indivisible.
Se incorporan conceptos fundamentales como el de «interdependencias recíprocas» de García Badaracco, que explica la retroalimentación que se encuentra en los vínculos, y el de «virtualidad sana» como potencial psicoemocional presente en todo individuo. También se incluyen las nociones de «contrato narcisista» de Aulagnier y «pacto negativo» de Kaës como formaciones intermediarias entre la realidad intra e intersubjetiva.
El marco teórico integra, además, las conceptualizaciones sobre los procesos de metabolización de Aulagnier, la teoría del desarrollo emocional de Winnicott, y los aportes sobre la transmisión transgeneracional de Abraham y Torok, estableciendo un diálogo entre estas diferentes perspectivas teóricas para abordar la complejidad del proceso de subjetivación.
Este encuadre teórico permite comprender la subjetividad como una integración psicosomática que se desenvuelve en un entorno particular, donde cada dimensión presenta la alternativa de condicionar los procesos subjetivos de distintas maneras, siempre teniendo en cuenta que el individuo es sujeto a partir de una trama, un sujeto social.
El estado del arte del trabajo surge como resultado de mi recorrido como estudiante de la Facultad de Psicología de Buenos Aires, motivado por acercarme a un mejor entendimiento de los enigmas que rodean a la subjetividad. Las preguntas fundamentales que guían esta investigación son: ¿Qué es la subjetividad? ¿Cómo se vincula y qué repercusiones tiene aquello que la rodea? ¿De qué manera elige (o no) lo que quiere el individuo para su devenir?
Estos cuestionamientos surgen por el encuentro de autores trabajados en materias como Psicología Evolutiva: Adolescencia Cátedra II y la Práctica Profesional Problemática Clínica en Niñez, Adolescencia y Familia, incluyendo referentes como Otero, Grassi, Córdova, Lastra, Blanco, Saladino, Puget, Grandal y Soler, a través de libros, fichas de cátedra y publicaciones diversas.
El enfoque principal es psicoanalítico vincular, que retoma y dialoga con los trabajos de autores clásicos como Aulagnier, Kaës, Abraham, Torok, Tisseron, Winnicott y Freud. Este marco teórico se enriquece además con mi experiencia como pasante y participante en reuniones grupales de Psicoanálisis Multifamiliar de BabelPsi-Méndez, donde el formato grupal y la experiencia clínica directa me han otorgado una posición privilegiada para observar y vivenciar comportamientos y procesos internos en quienes participamos activamente.
El repertorio teórico elegido para enmarcar esta experiencia práctica proviene principalmente de las conceptualizaciones de discípulos de García Badaracco, el creador del Psicoanálisis Multifamiliar: Bar, Jones, Matthews, Garfinkel, Vallejo, Mitre son algunos de los autores y autoras que, mediante libros, artículos y publicaciones científicas, presentan miradas que traen nuevas maneras de entender y trabajar con el psicoanálisis multifamiliar, sin desviarse de una línea de pensamiento clásica iniciada por García Badaracco y otros psicólogos sociales contemporáneos a él.
La metodología empleada es cualitativa, realizando una revisión bibliográfica de publicaciones psicoanalíticas. Los conceptos son utilizados como parte de un trabajo exploratorio y descriptivo, sin buscar generar nuevas definiciones sino facilitar una posición reflexiva sobre lo ya trabajado por estos autores.
En el desarrollo, el Capítulo 1 aborda la dimensión intrasubjetiva, profundizando en los procesos de metabolización descritos por Aulagnier. Se analiza cómo el infante procesa las primeras experiencias vitales a través de tres momentos: el proceso originario (donde las sensaciones son autoengendradas), el proceso primario (donde emerge la fantasía como respuesta a la ausencia materna) y el proceso secundario (donde aparece el pensamiento y el lenguaje). Se incorpora el aporte de Grassi sobre la integración psicosomática y la noción del pictograma como evidencia del enraizamiento entre psique y soma. Desde una perspectiva psicoanalítica vincular, la subjetividad se refiere fundamentalmente a la forma en que una persona experimenta y se relaciona consigo misma y con los demás, dentro del mundo social y cultural que la rodea. Al profundizar en el proceso de subjetivación, entendido como la manera en que la psiquis va formando su modo de percibir y entender los efectos internos producidos por vivencias o experiencias vitales, surgen interrogantes esenciales: ¿Qué es la subjetividad? ¿Se trata de un proceso individual? ¿Qué es lo que la determina? ¿Se trata de un estado invariable?
Afrontar estas preguntas implica reconocer la inherente complejidad del término: en primera instancia, la subjetividad podría pensarse como la forma mediante la cual el sujeto se percibe a sí mismo y se relaciona con su entorno; es el visor que toma para afrontar la realidad y armar su propia manera de entenderla. El proceso subjetivante entonces se referiría a la manera en la que se construye, a partir de las experiencias y los vínculos que la rodean.
Grassi (2019) conceptualiza que el mundo interno de una persona, a lo largo de su vida, estará sometido a un proceso continuo de organización y desorganización. Esto afecta distintos campos a través de los cuales se puede entender la vida psíquica interna de los sujetos. El autor ubica tres niveles: intra-subjetivos, inter-subjetivos y trans-subjetivos. El primero refiere a los cambios corporales y a la percepción del sí mismo en la vida interna de la persona. El segundo, refiere tanto a vínculos cercanos, como a las relaciones más externas, compartidas en un momento político, histórico y social presente. Por último, el tercero hace referencia a la historia generacional en su influencia tanto biológica como psíquica.
Un aporte fundamental para entender los inicios de la subjetividad proviene de Aulagnier (1977), quien conceptualizó el acto inaugural del psiquismo a partir de su capacidad de representación y simbolización. La autora plantea un paralelismo con el proceso de metabolización que el organismo realiza para mantener la homeostasis: como el intento del cuerpo biológico por sostener una condición interna estable. Es decir, se toma una estructura externa, desconocida, heterogénea y se hace parte del sistema en un intento de homogeneización en disposición de conservar el orden interno.
Las primeras huellas subjetivas están determinadas por el carácter de los primeros encuentros entre la madre y el infante. Si los encuentros son fuente de satisfacción y sensaciones placenteras para el bebé, se da lugar al «deseo de fusión» entre este y la madre. En el caso contrario, surge el «deseo de aniquilación» cuando estos encuentros evocan sensaciones displacenteras, desajustadas o de rechazo entre ambos.
Estos registros corporales, placenteros o displacenteros, dan comienzo al primero de los procesos de simbolización que trabaja la autora: el «proceso originario». En este, las sensaciones existentes son consideradas como «autoengendradas» por el psiquismo del infante, el niño no diferencia su cuerpo del cuerpo materno y por lo tanto considera que se autoabastece frente a las necesidades que van surgiendo.
Lo que resulta particularmente interesante es cómo Grassi (2019) enriquece esta noción al plantear que el pictograma es la evidencia del enraizamiento entre psique y soma: porque las raíces (psíquicas de la subjetividad) penetran y hunden, se expanden y bifurcan cada vez más arraigadas en el soma (el otro terreno de la subjetividad). El psiquismo no se apoya simplemente en el cuerpo, sino que se apuntala en él, como condición constituyente.
El segundo momento es el proceso primario, donde toda influencia externa va a ser entendida como el efecto del poder del deseo del Otro sobre el infante. El niño comienza a apelar a la fantasía para lidiar con la ausencia materna. Es un proceso de extraterritorialidad corporal que acerca aún más al niño a la existencia de su cuerpo y a la posibilidad de que este no es único objeto de deseo materno.
Heinrich (1993) agrega que, en este momento, la alternancia entre presencia y ausencia materna introduce la pregunta por el «Deseo de la madre». La respuesta a esta pregunta, dentro de un desarrollo esperado, proviene del Nombre del Padre: desea al falo y el portador del falo es el padre. Esta respuesta puede ser intranquilizadora, dado que el infante pierde su lugar como lo más importante en el deseo materno, pero también es tranquilizadora en tanto queda libre de la responsabilidad de ser lo único importante para su madre.
Finalmente, el proceso secundario marca la entrada del infante al mundo del lenguaje y el pensamiento, donde «todo existente tiene una causa inteligible en el discurso». El niño intenta simbolizar y suplir la distancia que existe entre su persona y el resto mediante la palabra.
El Capítulo 2 examina la dimensión intersubjetiva y el ambiente, centrándose en las conceptualizaciones de Winnicott sobre la importancia del cuidado materno y el ambiente facilitador. Se analizan los tres momentos del desarrollo: dependencia absoluta, dependencia relativa y hacia la autonomía, así como las funciones maternas de holding, handling y presentación de objeto. Se incorpora el concepto de «ambiente suficientemente bueno» como condición necesaria para un desarrollo emocional saludable.
Para profundizar en el sistema complejo que conforman el niño, la madre y el ambiente como garantes del desarrollo psicoemocional, es fundamental partir de las conceptualizaciones de Winnicott (1965) sobre los tres momentos del desarrollo del niño. Estos períodos están caracterizados por la posición que va tomando el infante en relación a sus cuidadores, comenzando desde la dependencia absoluta, siguiendo hacia la dependencia relativa, y finalmente hacia la autonomía.
Estas coyunturas, si bien pueden considerarse secuencialmente en el tiempo, se caracterizan por la forma en que el infante percibe su propia noción del sí mismo y el entorno. La relación con la madre o figura parental primaria toma un lugar protagónico, siendo inicialmente no percibida como alguien diferente al bebé, cumpliendo distintos roles y evocando diferentes sentimientos según el momento de desarrollo que se esté atravesando.
El primer período, el de dependencia absoluta o doble dependencia, se caracteriza por una madre que se encuentra en lo que Winnicott denomina «preocupación maternal primaria». Es un momento donde la vida psíquica de la madre se asemeja a una enfermedad esquizoide normal, produciéndose un centramiento en el embarazo y un aumento en la introspección. La representación del bebé ocupa un lugar central, exclusivo y único en la mente materna, llevando a una decatectización del mundo externo que permite establecer una conexión profunda, invistiendo toda su libido en la llegada del nuevo bebé como evento prioritario en su vida.
Es solo a través de este estado que la madre podrá intuir e interpretar lo que el niño necesita, otorgando sentido a cada llanto, expresión y queja, convirtiéndose en intérprete de estas manifestaciones. Para Winnicott, el bebé en esta etapa desarrolla el «fenómeno de ilusión», un momento de omnipotencia mágica absoluta y normal, mediante el cual va a crear en su mente al objeto que satisfaga sus necesidades (por ejemplo: crear el pecho). Si la madre logra una apropiada identificación con él, habilitará al infante a tener su primera experiencia de creación.
Winnicott se centra particularmente en la conceptualización de la madre como medio ambiente, desprendiendo de esta noción tres funciones principales: el holding, el handling, y la presentación del objeto. El holding apela a un sentido de integración general, refiriéndose al entorno emocional que los cuidadores proporcionan para brindar al niño un sentido de continuidad y estabilidad en su mundo. Este sostén emocional permite que el niño se sienta protegido y cuidado en un ambiente seguro y predecible.
El handling responde a la personalización en un sentido más específico, refiriendo a los manejos corporales cotidianos como cambiar un pañal, dar de comer o bañar al niño. Estas acciones físicas son fundamentales en el desarrollo: gracias al handling se produce la integración psique-soma, a través de la cual el sí mismo se integra con el cuerpo.
La «presentación de objeto» se da durante el fenómeno de la ilusión, donde el bebé tiene la experiencia de «omnipotencia mágica no defensiva» que le permite confirmar que es quien crea a la madre que a su vez se «deja crear» acorde a sus necesidades. Si la madre medio ambiente no se deja crear por el bebé, cuando él crezca va a introyectar al medio dentro de sí, en un intento de cuidar de sí mismo, llevando a un desarrollo precoz patológico que no será acorde a la edad cronológica.
Es importante resaltar que el vínculo entre la madre y el infante no puede ser reducido a solo ellos dos, puesto que coexisten en un ambiente particular, que puede estar en cada caso mejor o peor preparado para que la madre pueda cumplir su función de cuidadora. Si la madre se encuentra en un ambiente de estrés, preocupación o infelicidad, esto repercutirá inevitablemente en la manera en que lleva adelante el cuidado del niño, influyendo en su desarrollo.
La subjetividad, por tanto, no solo dependerá de los cambios internos necesarios para comprender y soportar la realidad, sino también de las reacciones que el medio tiene ante las experiencias y vivencias que surjan en ese proceso de integración. El ambiente toma así un papel fundamental en la formación psicoemocional del niño, siendo el concepto de «ambiente suficientemente bueno» de Winnicott crucial para entender cómo un entorno seguro y afectuoso durante la infancia es fundamental para un desarrollo emocional saludable y la formación de un sentido estable del yo.
El Capítulo 3 profundiza en la dimensión transubjetiva y las representaciones grupales inconscientes. A través de las teorías de Kaës, se explora el concepto de Aparato Psíquico Grupal y cómo lo transmitido generacionalmente afecta la construcción de la subjetividad. Se incorporan los aportes de Abraham y Torok sobre la transmisión de contenidos no elaborados («cripta» y «fantasma»), y el concepto de «identificación radioactiva» de Gampel.
Como se trabajó en apartados anteriores, en la formación psicoemocional del individuo hay un encuentro no solo con el cuerpo físico de la madre sino también con su psiquismo, previamente condicionado por el encuentro con otros. En esta escena compleja, la madre cumple un doble rol: por un lado, es intérprete de las necesidades vitales del niño, y por otro, cobra el valor de portavoz social, transmitiendo las pautas culturales y familiares que el infante ha de aprender para poder convivir en sociedad.
Lo transmitido aparece bajo dos lógicas distintas: en el aspecto cotidiano se manifiesta a través de la alimentación, cuidado, juegos, sonrisas, caricias, cualquier tipo de estímulo sensorial que el infante recibe (o no) y metaboliza, entendiendo progresivamente qué lugar ocupa el otro en su vida. La segunda lógica de transmisión refiere a lo subyacente e inconsciente que sucede en ese contacto sensorial, como las expectativas, deseos, leyes y pautas sociales, que las figuras parentales transmiten en la crianza de sus hijos y que se complejizan en el armado de una trama que puede incluso exceder a la familia nuclear.
Para profundizar en lo inconscientemente transmitido por los vínculos íntimos y el grupo al que pertenecen, resulta fundamental el concepto de «Aparato Psíquico Grupal» de Kaës (1995), definido como la construcción psíquica común de los miembros de un grupo para constituir un grupo. Su carácter principal es asegurar la mediación y el intercambio de diferencias entre la realidad psíquica en sus componentes intrapsíquicos, intersubjetivos y grupales, y la realidad grupal en sus aspectos societarios y culturales.
El espacio psíquico grupal va a englobar la existencia de múltiples subjetividades, cuya historia y desarrollo pueden ser muy diferentes. Sin embargo, gracias al sentido grupal que se les otorga, se cohesionan, acercando en la diferencia y habilitando un encuentro. Se podría hipotetizar que al desarrollo individual se le suma una nueva arista proveniente del grupo, como influencia implícita y explícita, que lo antecede y precede.
Kaës (2000) enfatiza que «el grupo precede al sujeto del grupo», planteando que no tenemos la opción de no ser puestos en el agrupamiento, así como no tenemos la opción de tener o no un cuerpo: «es así como venimos al mundo, por el cuerpo y por el grupo, y el mundo es cuerpo y grupo».
En cuanto a las formas de transmisión, Kaës trabaja dos modalidades: la primera, anticipada ya en la obra de Freud en Tótem y Tabú, responde a la función de apuntalamiento que cumple el grupo, manteniendo la estructura social y transmitiendo los avatares edípicos y su posterior superación. La segunda forma de transmisión pone el acento en el defecto de la transmisión (encriptado, forclusión, rechazo) y destaca el papel de la falta oculta, del secreto, de la no-simbolización.
Abraham y Torok (2005) profundizan en estos conceptos presentando el proceso de «introyección» como un mecanismo psíquico saludable que hace de la transmisión un trabajo de elaboración e integración. En contraposición, definen la «inclusión» como consecuencia de la falta de un proceso elaborativo que resulta en una escisión en el psiquismo, formando lo que denominan «cripta». Esta fragmentación queda cristalizada como un símbolo irrecuperable e inefable.
Un aporte particularmente significativo es el concepto de «transmisión radioactiva» de Gampel (2006), quien utiliza la metáfora de la radioactividad para explicar las consecuencias que producen episodios trágicos de violencia social en la historia. Al igual que la radiación, estos traumas pueden tener efectos invisibles pero devastadores que se transmiten a través de las generaciones.
Este capítulo evidencia cómo la complejidad interna que supone el intercambio entre los vínculos familiares se suma al contexto histórico y cultural. No es lo mismo pensar el desarrollo psicoemocional dentro de una cultura occidental que de una oriental, y la particularidad del lugar físico como el continente, país o geografía y los códigos sociales que allí predominan, será determinante para comprender las dinámicas relacionales.
El Capítulo 4 introduce el Psicoanálisis Multifamiliar como modelo de intervención, presentando las conceptualizaciones de García Badaracco sobre las interdependencias recíprocas y la virtualidad sana. Se analiza cómo este dispositivo puede funcionar como un tercero que media en las relaciones familiares patógenas, permitiendo el redesarrollo de recursos yoicos.
Según lo trabajado hasta el momento, los procesos de subjetivación van a estar influenciados por el encuentro con los otros. Es allí donde surgen los condicionantes que determinan las representaciones que se fijan en las primeras experiencias vitales y que posteriormente reinciden en el advenimiento de la adolescencia. Esto implica que el individuo ha de tomar una postura con relación a aquello heredado o impuesto: o lo acepta, o huye o lo transforma.
En un escenario de desarrollo saludable esperable, el entorno habilita de forma progresiva la autonomía de sus miembros familiares, y con esta, la alteridad que le permita al individuo crear un nuevo sistema de creencias e intereses propios. Como elabora Otero (2020), «la subjetividad deviene integridad psicosomática, contextuada en una genealogía. Una matriz simbólica, una usina que provee al cuerpo de una historia, marcada por los antecedentes históricos libidinales acuñados y por la pertenencia de un grupo familiar-cultural».
Sin embargo, ¿qué sucede cuando aquel territorio que ha de albergar y promover procesos subjetivantes sanos, falla al no proveer las herramientas psíquicas necesarias o directamente atenta contra el desarrollo subjetivo? Cuando la influencia familiar es más negativa que positiva – cuando su modo de organización interna se encuentra perturbada por la transmisión de costumbres nocivas o conflictos no resueltos – se puede producir un detenimiento en el desarrollo psicoemocional. Los conflictos no resueltos de los padres son «depositados» en los hijos, o ellos sienten la «misión» de hacerse cargo de resolverlos.
Consecuentemente, en vez de ocuparse de la búsqueda de su propio camino, quedan atrapados en este «mandato», consciente o inconsciente.
Para comprender mejor esta dinámica, Kaës (2010) introduce el concepto de «alianzas inconscientes». El autor plantea que para que una relación exista, los integrantes han de investirse mutuamente en una dinámica donde también existe una serie de «identificaciones inconscientes». Estas identificaciones «estarán fundadas en consonancias previas en la ecopraxia, las ecolalias y los ecomimetismos que acompañan nuestras primeras experiencias intersubjetivas».
García Badaracco (2006) profundiza este aspecto a través del concepto de «interdependencia recíproca» para explicar la retroalimentación que se encuentra en los vínculos. Estas interdependencias vehiculizan el «poder de la palabra», de producir emociones en los demás, un poder que «puede ser enfermante o curativo, según la naturaleza de las interdependencias en juego».
El Psicoanálisis Multifamiliar se presenta como un dispositivo terapéutico alternativo que funciona como un tercero mediador en estas dinámicas vinculares. Las reuniones se definen como «encuentros multitudinarios y heterogéneos, semanales, de una hora y media, seguidos de una reunión de elaboración de participación libre y optativa para todos los participantes».
Un concepto fundamental en este abordaje es el de «virtualidad sana», definido por García Badaracco como el potencial psicoemocional sano con que todo individuo nace, que en caso de contar con un ambiente confiable y sostenedor puede irse desarrollando a lo largo de la vida. Cuando el ambiente falla, el individuo debe protegerse «escondiendo» su virtualidad sana, a través de mecanismos de defensa o con una enfermedad mental.
El dispositivo grupal del psicoanálisis multifamiliar presenta un ambiente facilitador para alojar las vivencias de los participantes, permitiendo que cada uno lleve a cabo sus propios procesos internos, a sus tiempos, mediante el reflejo y las resonancias que emergen de esa red. El grupo otorga una nueva oportunidad de reorganización subjetiva y adquisición de otros recursos yoicos, a partir de la puesta en común de vivencias que permiten «ver en» los otros y «verse a través» de los otros.
Es importante destacar que las interdependencias recíprocas pueden categorizarse entre dos polos: las «normogénicas» donde se favorecen el desarrollo y el enriquecimiento de las relaciones; y las interdependencias «enfermantes, patogénicas, o enloquecedoras» cuando suponen el sostenimiento de una situación que condiciona el proceso de subjetivación y la voluntad de una de las partes.
Conclusión y reflexiones finales:
En la siguiente tesis se buscó hacer un análisis de los procesos de subjetivación que inician en la niñez, se resignifican en la adolescencia, y se prolongan a lo largo de la vida, teniendo siempre presente que el individuo es sujeto a partir de una trama, un sujeto social. Para ello, se utilizó un recorte mediante tres dimensiones fundamentales que presentan distintas aristas para abordar el objeto de estudio elegido.
La dimensión intrasubjetiva nos permitió comprender cómo el psiquismo metaboliza las primeras exigencias fisiológicas externas e internas. La dimensión intersubjetiva nos mostró cómo se organiza el medio ambiente en relación a la llegada del infante y su posterior crecimiento. Finalmente, la dimensión transubjetiva nos reveló las huellas genealógicas de un entorno que, además, se sitúa en un marco de referencia histórico y social.
Se trata, fundamentalmente, de una integración psicosomática que se desenvuelve en un entorno particular. Cada dimensión presenta la alternativa de condicionar los procesos subjetivos de distintas maneras. Las diferentes variables que pueden influir en el proceso de subjetivación tienen repercusiones en cómo se desenvuelve el desarrollo psicoemocional del individuo, y cómo un cambio en este puede impactar sobre el resto de la familia.
La investigación nos permite pensar en un desarrollo «esperado normológico», y otro «patológico o enfermante». Estos condicionantes determinan las representaciones que se fijan en los primeros momentos vitales de la infancia y posteriormente reinciden en el advenimiento subjetivo adolescente.
Desde la experiencia propia, participando en las reuniones de psicoanálisis multifamiliar, pude observar que la manera de intervenir siempre está contextualizada a un ambiente donde se desenvuelven múltiples tramas familiares. Allí se entreteje una red más grande aún, donde cada individuo lleva a cabo sus propios procesos internos, a sus tiempos, mediante el reflejo y las resonancias que emergen de esa red.
Los relatos que se presentan muchas veces generan vivencias que producen movimientos internos intensos, lo que lleva a preguntarnos: ¿Cómo sobrellevan estas experiencias tan impactantes personas que quizás no pudieron desarrollar una fortaleza emocional interna o que no cuentan con un proceso terapéutico individual al cual acudir para procesar esas vivencias?
El dispositivo grupal del psicoanálisis multifamiliar presenta un ambiente facilitador para alojar esas vivencias, pero en muchas ocasiones es tanta la gente que asiste que quizás se esconden, a partir de silencios, vivencias movilizantes que las personas no estaban listas para afrontar. Por eso, podría pensarse la importancia de la complementariedad de una terapia individual.
Además, quedan abiertos ciertos interrogantes que no pudieron ser reflexionados, como por ejemplo ¿Qué sucede con el azar? ¿De qué manera afecta a lo transmitido en los vínculos? ¿El azar tiene un efecto directo en el armado de la subjetividad como lo tienen los determinismos planteados?
Asimismo, surge un cuestionamiento sobre cómo se desenvuelve la lógica vincular: si los procesos subjetivos internos están condicionados por los vínculos, el lugar y la historia donde estos se desenvuelven, ¿Qué lugar ocupa lo genuinamente propio? ¿Qué parte del sí mismo se arma sin ser una respuesta a la influencia de un Otro?
A lo largo de este trabajo se fueron utilizando distintos autores con la intención de reunir herramientas para abordar el objeto de estudio complejo que se planteó. La elección termina siendo introductoria a la manera de reflexionar, en tanto que cada una de las teorías y conceptualizaciones abre una puerta para seguir profundizando la forma de entender estas nociones.
Los beneficios del dispositivo multifamiliar son múltiples: una continuidad durante todo el año, grupos abiertos a la comunidad, en algunos casos son gratuitos y potencian un «abrir la mente» de forma progresiva. Sin embargo, también presenta sus limitaciones y desafíos, especialmente en cuanto a la contención de vivencias intensas y la necesidad de complementarlo con otros abordajes terapéuticos.
Esta investigación no pretende ser conclusiva sino más bien abrir nuevos interrogantes y líneas de investigación sobre la compleja trama que constituye la subjetividad humana y los procesos que la conforman.
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