03.
Aportes
La experiencia traumática del encierro
Reseña del artículo traducido de kaës, René. L'expérience traumatique de l'enfermement. Resonantia, babelpsy, 2022

Traducción: Marta Escalante Real
Co-traducción y reseña: Inés Loustalet
A partir de la observación del confinamiento por el Covid en Francia, R. Kaës reflexiona sobre los efectos traumáticos que provoca el encierro sobre las envolturas psíquicas y sociales. Esto se genera por el Hilflosigkeit, es decir, estar indefenso y sin ayuda, estado generador de angustia por ausencia de una persona cercana que brinde seguridad.
Si bien establece que no todos reaccionaron igual, describe en el artículo las diferentes manifestaciones psíquicas acaecidas entre el primer y el segundo confinamiento en Francia. En el mismo, desarrolla y explica las causas y los modos en que se presentaron las envolturas psíquicas y sociales.
A partir de las observaciones de confinamiento por el Covid, extiende esta comprensión teórica primero a la migración (a la cual le dedicará una visión social y terapéutica) como también a otras diversas situaciones de encierro: campos de migrantes, campos de exterminio, de refugiados, centros psiquiátricos de línea dura, asilo de ancianos dependientes, sectas, y establece la diferencia con el encierro voluntario en un convento o un monasterio. No homologa los grupos mencionados anteriormente, plantea sus diferencias, causas y consecuencias. El autor aborda los conceptos freudianos de Hilflosigkeit y Nebenmensch.
Al igual que Kaës, otros autores confirman traumas colectivos como, por ejemplo, después de una dictadura y la desaparición de civiles encerrados para siempre en una irrepresentable memoria, después de una guerra civil y/o la destrucción de los lugares en los que vivían. Estas situaciones produjeron desgarramientos de las envolturas psíquicas y sociales. Las experiencias caotizantes llevan a su vez la inscripción de la marca de traumas anteriores que nunca habían cicatrizado realmente; la de los campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial, actualmente la de los campos de refugiados y los migrantes, la de los enfermos encerrados entre los muros de un asilo durante los últimos siglos. Esos traumas y las cicatrices frágiles que dejaron en los diversos espacios de la realidad psíquica son las matrices de la historia de los individuos, las familias, los grupos, las instituciones y las sociedades. Cuando estas cicatrices se abren, debemos no solo hacer el relato, sino varios relatos: es la función de la palabra y del arte en el trabajo de la cultura. Es también la función del acompañamiento por parte de otro (o de un conjunto de otros) cercanos, al lado del sujeto que sufre. Es la función de Nebenmensch; el cuidado -una suerte de Nebenmensch colectivo- de un nosotros.
La función del Nebenmensch ha sido descripta por S. Freud en el Proyecto de una Psicología para neurólogos (1895) cuando se refiere a «La experiencia de satisfacción».
… Cuando la persona cercana (der Nebenmensch) ejecutó, para el ser indefenso, la acción específica necesaria, éste se encuentra entonces en condiciones, gracias a sus posibilidades reflejas, de realizar inmediatamente, en el interior de su cuerpo, lo que exige la supresión del estímulo endógeno. El conjunto de ese proceso constituye una «experiencia de satisfacción» que tiene, en el desarrollo funcional del individuo, consecuencias muy importantes. (Citado por Kaës de la trad. fr., p. 336-337).
Esta misma función fue teorizada por Piera Castoriadis-Aulagnier como la función del portavoz materno. La función del vocero, como la del Nebenmensch, se establece así por la conjunción de la realidad intrapsíquica, el lenguaje, el cuerpo, la intersubjetividad y lo colectivo.
La reflexión del autor se centró en diferentes ocasiones en los traumas que viven los migrantes, sobre los encierros de diversos tipos que sufren, y sobre la incidencia en sus envolturas psíquicas, culturales y sociales.
Los migrantes viven en una situación que consiste en satisfacer la necesidad vital de salir de un encierro, el del espacio de la opresión social, política o económica para ellos sin salida en su país de origen, pero al precio de vivir en otro durante y después de su recorrido migratorio: llegan a un improbable destino, a veces, solo exponiéndose a riesgos vitales.
De un encierro a otro, la mayoría de estos seres humanos se encuentra sin auxilio, desprovistos de toda protección. Lo que viven esos adultos que tiempo atrás fueron bebés, es la experiencia de los recién nacidos cuando sus tensiones no son apaciguadas por la presencia de un Otro capaz de garantizar su seguridad básica. Tienen en común con los otros migrantes el hecho de estar constantemente expuestos a esta situación de ser impotentes para superarla, a pesar de la energía que gastan en su supervivencia personal y colectiva.
Kaës indica que C. Alexopoulos de Girard propone analizar los desafíos clínicos ligados a esta superposición de experiencias de encierro, maltrato y exilio a partir de la historia de algunos de esos pacientes. La autora explica que en el momento de hacerse cargo de esas personas en un centro de acogida de emergencia para migrantes de etnias perseguidas en su país por motivos políticos, estos sufrían de pensamientos e imágenes invasivas en estrecha relación con el shock de todas las violencias sufridas. Estos migrantes vivían pesadillas traumáticas, momentos de alucinación absoluta, durante los cuales no llegaban a diferenciar la experiencia pasada del instante presente, aterrorizados por la idea de ser enviados de regreso a su país o quedarse presos en Francia.
Ahora bien, en esas condiciones ¿puede ser posible el trabajo terapéutico? Se trataría entonces exactamente de nombrar, autentificar, contar; es la tarea del terapeuta en la clínica del traumatismo para reconstituir el aparato de pensar los pensamientos; el estar ahí para sostener la terapia. La noción del Nebenmensch está en la escucha de los relatos de esas personas.
Esta autora citada por Kaës, C. Alexopoulos de Girard, concluye su estudio observando que las prácticas de encierro, de tratos inhumanos y degradantes, y de exilio forzado, se inscriben en una alternativa infernal entre retención y expulsión, en la imagen de una experiencia regresiva de sadismo anal en el que los seres parecen cosificados, tratados como objetos parciales, deshumanizados.
Cuando la pandemia de Covid invadió todos los espacios de la realidad social, el confinamiento de las personas hospitalizadas, así como el de las personas encerradas en su espacio de vida, era motivado por causas principalmente sanitarias. Se suponía que sería transitorio, con entrada y una esperanza de salida, solo que esta se vio rápidamente reducida por la cantidad de muertos. De otra consistencia psíquica y social era la situación de las personas que vivían en hogares para ancianos dependientes (EHPAD), quienes ya habían ingresado sin esperanza de salida y que, desde ese momento, eran dependientes de los cuidados físicos, psíquicos y relacionales que deberían mantenerlos seguros en una vida en la que los lazos intersubjetivos, tanto en la institución como en el medio familiar, revisten un carácter vital.
Diferente es la situación del migrante. Huye de su espacio de origen, arrinconado por la guerra y el desastre económico de su país. No huye solo, por su propio resguardo, lleva la esperanza de su grupo, de encontrar una tierra y un espacio en donde resguardarse y vivir, y si lo logra, espera traer a los suyos. Conocemos su trayecto, sabemos que no encontrará lugar seguro y estable en el que apoyar la cabeza y curar su dolor de errante. Excepcionalmente tendrá acceso a un centro de albergue, a un consultorio abierto por una ONG. Temporariamente encontrará una presencia, una escucha, un auxilio. Logrará a duras penas volver a tejer los hilos de su historia, de la que puede hablar; otra parte continuará reprimida, inaccesible. Conocemos también su historia, la historia de ellos. Esos altos provisorios, antes de otras «junglas», de otras errancias y de otras violencias, no son resolutivos; son al menos la experiencia de que la escucha de su angustia y el cuidado que se les da los reconoce como seres humanos.
La noción del Nebenmensch cubre toda la vida humana, desde el nacimiento hasta el fin de la vida, en todas las situaciones de angustia que dejan impotente para poder reponerse solo por los propios medios.